google.com, pub-3203112023288116, DIRECT, f08c47fec0942fa0

RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

miércoles, 28 de enero de 2015

EL DISFRAZ DE LAS LETRAS

 EL HAY FESTIVAL
AL FINAL LOS LIBROS SON SUEÑOS, A ELLOS LES BROTAN ALAS Y VUELAN...
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Laurent Binet, escritor francés
¡Ay, Cartagena!, vuelve Hay Festival—sin la gélida ciudad galesa Hay-on- Wye—gracias al embrujo experimentado por Peter Florence, quien como todos los años no escatimará esfuerzos y en esta versión mostrará a Juan Luis Guerra y su Lluvia de Arroz a quienes sólo poseen la bondad de este cereal, sin que esto impida sentir una «Liquidación Final» , «Con el agua al cuello»  y «Pan, educación, libertad» de Petros Márkaris, a un centavo de ser negada a los niños de extramuros, en la ciudad de «piedras y fortificaciones».  
Sí, aquí en Cartagena, la del «Hay Festival», la del mundo de corrupción y olvido, haciéndole juego a «El Libro de las diversiones» del periodista Frédéric Vitoux, en el que no se representará el turismo sexual de las adolescentes.  
John Carlin, escritor británico
Tampoco habrá distancia con las representaciones de Pablo Montoya, en su «Tríptico de la Infamia», un símil que lo podemos apreciar en los barrios alejados de la periferia.  
La ciudad se verá reflejada en los ensayos del historiador Álvaro Tirado Mejía, por el dolor que experimentará, al contemplar cómo se derrumba lo que fue un patrimonio hasta los años sesenta, para permitirnos entonces hablar de una especie de «Boom», un turismo que mira las fachadas desde el famélico caballo que narra una historia amañada, teniendo apenas esto un poco de semejanza con lo que hace Xavier Ayén.  
El escritor Laurent Binet se quedará por un tiempo en Cartagena para escribir la novela sobre el florecimiento de los Corruptos y hablará con el dramaturgo Fabio Rubiano para llevar a escena toda la tragedia de la ciudad.   
Leila Guerrero, periodista y editora de Gatopardo hará una crónica sobre las obras arquitectónicas en la que se reflejará  la desidia  y el desamor por la ciudad. 
Peter Florence, Hay Festival
El poeta y catedrático de literatura española Luis García Montero, mostrará una similitud a su obra «Habitaciones Separadas», en que se mostrará el desequilibrio entre las dos Cartagena. 

Con la venia de la periodista, cantante y escritora, Sylvie Simmons, se hará una muestra con «Soy tu Hombre», argumento en que se contempla la vida del político corrupto, quien retorna a sus aspiraciones por un puesto en el gobierno de la ciudad, él se considera el único que puede gobernar a Cartagena. 
Christian Schwochow hará un complemento a su obra «Western» (Oeste), experimentando lo cotidiano de zonas marginadas de Cartagena, donde basta pisar una raya de tiza blanca, que determina el límite entre una calle y otra, para en seguida ser objetivo de muerte...  
La ciudad se mostrará sin que Saúl, el pegador de carteles de la funeraria, se entere que  «Hay» una muestra de cultura que invita a la Champeta, sin dejar que ésta se conjugue con los aires del porro y la cumbia. Quizás  él se pregunta, «¿por qué no hacen alusión a los escritores de la ciudad, que yo siempre escucho, en los programas de la Emisora de la Universidad de Cartagena?  
La escritora Margot Glantz, se sale de la ruta trazada del «Hay Festival» y  se dirige al puente Benjamín Herrera, que comunica a Marbella con Torices y queda estupefacta al mirar el caño y ver cómo pululan los desechos y restos de animales muertos, para recordar «Coronada de Moscas» y «Síndrome de  Naufragios» y exclama, que en todo aquello hay «Saña». 
El escritor Sergio González hará un símil entre «Huesos en el Desierto», y la realidad de los pueblos de Bolívar, la desolación entonces se plasmará en un lienzo de abandono, semejante a un «Campo de Guerra».  
John Carlin a través de «Factor Humano», invita al expresidente Uribe observar los factores humanísticos de la personalidad de Mandela, para luego buscar un entendimiento entre las partes en conflicto. Señala a través de este libro los elementos necesarios para establecer un ambiente de sana convivencia.  
Mientras en el imaginario del pueblo, se presentan textos escritos y cincelados sobre neuronas de naturaleza lítica, Títulos que en la librería del alma ensombrecen el  devenir.  
La agonía del Museo de Arte Moderno
Un Transcaribe, fortín de Falsedades
La Inseguridad
La Eliminación de los Cuerpos de Agua
Los hedores de calles perfumadas
La Anulación de Cartagena como Patrimonio
La Casa olvidada del Tuerto López
La Negación del Transporte en bien de la Movilidad 
Todos estos textos muestran la realidad de una ciudad olvidándose de sus pintores, artistas, escritores y monumentos, en detrimento de perder su condición de Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. 


sábado, 24 de enero de 2015

Del Libro de Cuentos "La otra Cara de Eva"


ESA CALLE DE MIS AMORES

Por Gilberto García Mercado
Una calle polvorienta       y estéril. Una calle que pareciera siempre morir. 
Una línea recta—que mirándose desde una toma aérea—se confunde con la huella que dejan los pájaros en el cielo.
A lado y lado hay casas de tablas. Todas mohosas por la polvareda inmisericorde. Todas con árboles pelados en el frente. 
Cuando llega el bus escolar—con sus racimos de estudiantes—entonces sucede algo sorprendente: Nadie quiere quedarse—así sea para ver a las quinceañeras—en el frente de una casa. 
Entonces éstas, apenas el bus penetra en la población, abandonan su disfraz de niñas bien educadas, y se visten con el atuendo que aquí en el pueblo, es muy conocido: el de las «polleritas» cortas, que exportan camufladas en sus bolsos a la ciudad, desde esta Sodoma o Gomorra. 
Se bajan todas en la plaza de la población, trayendo consigo, la alegría del progreso, pero también el desgano de tener que cerrar—todos los días—las ventanillas del vehículo. 
«Este polvo va a acabar con nosotros», dice la vieja Lorenza, quien pretende ver, más entre el polvo, a las jovencitas bien educadas, pero se niega a creer que Bellavista tenga dos caras. Y una de ellas sea ésta: La de Sodoma o Gomorra. 
Déjenme decirles que Bellavista es un pueblo militarizado por el polvo.  
Por esa calle de mis amores, se han suscitado centenares de historias. Unas de amor. Otras de odio y venganza. Pero todas tienen el mismo final: El polvo. 
Que no me diga nadie que no es verdad lo que les digo. Si hasta hace poco resucitamos, porque fuimos enterrados por el polvo. 
A las tres de la madrugada tuvimos la sensación—después del estropicio de la polvareda—que hacía frío. 
Era que estábamos delirando por la fiebre. Por ese mal que anegaba el cuerpo. Que se metía por las fosas nasales, por los ojos y la boca. Y amenazaba con asfixiarnos. 
No sé qué motivó a las jóvenes del bus escolar, a «exportar», desde aquí, el atuendo de las polleritas cortas. 
Tampoco sé por qué ellas tienen doble personalidad. 
Allá son juiciosas y atentas, pero cuando regresan se despojan del vestido de colegiala—pegado muy bien al cuerpo—y se colocan el atuendo, el de las polleritas cortas. 
Acto seguido se despojan de la blusita—que lleva el nombre del colegio—y quedan con sus pechos al aire, pero nadie las ve. 
Es tal la proporción de la brisa y el polvo, que quien proceda a  mirarlas, quede ciego, o tal vez se convierta en estatua de sal, como la mujer de Lot. 
Yo no me explico por qué esos señores—Matías y Víctor León—sean el hecho sorprendente, apenas ingresa el bus escolar en la población: Son los únicos que se quedan en las puertas de una casa conversando de todo y de nada, ajenos al maldito polvo que cuando está el sol templado derrite mis manos y hace que destruya no una, sino cinco hojas tratando de averiguar por qué a Matías y el señor Víctor no los amedranta nada. 
Por las mañanas—cuando se van las colegialas—Matías y el señor Víctor León, desaparecen. 
Nadie sabe qué hacen, dónde están, pero por las tardes, en la tregua que entre tanto da la polvareda, cuando por un instante desaparece la borrasca, emergen ellos de no se sabe dónde, liando descomunales tabacos, para fumarse la tarde, el pueblo entero y ser los únicos testigos de la moda de las polleritas cortas, que las estudiantes pretenden imponer en la ciudad. 
Si el escritor errante—esa que huele en el viento, el aroma de una historia por contar—pasara por aquí, yo le diría: 
«Necesito Señor Escritor, que usted me enseñe a escribir». 
Entonces me iría muy lejos, fuera de esta población, en busca del progreso, de las calles pavimentadas y de la lluvia, para que, primero, llueva sobre Bellavista, y después los ingenieros, furibundos—con el cartón que los acredite como principiantes—pavimenten la calle de mis amores. 
Y podamos observar el bus escolar, saludando—las quinceañeras desde el interior—a todo el mundo con el gesto de una mano que se mueve de aquí para allá, sin el mínimo vestigio  de polvo. 
Lo cierto es que Bellavista—sólo tiene una sola calle—vive perdido entre la mayor soledad del mundo. 
Decirles que no sé si duermo o me alimento, porque óiganlo ustedes—asombroso—recuerdo que he abierto la ventana y me he encontrado una vez más con el bus escolar que entra en esta calle de mis amores, con Matías y el señor Víctor León fumando sus descomunales tabacos ajenos a la borrasca del polvo, pero…otra vez, asombroso, no me he tropezado con nadie (mi madre o mis hermanos)—si es que los tengo—y tengo que cerrar la puerta por la tempestad, pero no sin antes imaginar a las quinceañeras despojándose del vestido de colegiala y colocarse el atuendo el de las polleritas cortas para hacerme recordar a Sodoma o Gomorra, porque sí señor cuando mis ojos han osado desafiar el polvo borrascoso, he visto por breves segundos, a las muchachas más hermosas del mundo. 
Una vez las vi así: Había una con un vestido de india. Con una pluma enorme sostenida por una tira que le surcaba la frente. Con una piel parecida a la que se broncea en la playa. 
Y una caribeña tan linda que alcancé a ver en la breve tregua que dio la tempestad, que parecía una Diosa. Era alta. Con una cabellera que le llegaba a la cintura. Y con un cuerpo como estatua. Con unos pechos descubiertos, al aire, y que me incitaban a salir corriendo—y desafiar a la borrasca apocalíptica—no importara que quedara ciego o estatua de sal que no lo era porque permanecía paseándome de un lugar para el otro tratando de comprender por qué nos era prohibido, tan siquiera un instante, salir a «la calle de mis amores».  
¡Y esas polleritas cortas, Dios mío! Tan cortitas, tan ceñidas al cuerpo. Tan pecaminosas. Tan incomprensibles y a la vez tan deliciosas a la vista. Que uno no se explica por qué Matías y el señor Víctor León, siguen como si nada. Hablando de todo y de nada. Aunque a veces—cuando la borrasca amaina—y el bus escolar sale del pueblo, y se lleva el último vestigio de polvo y nos rodea la oscuridad, creo ver a la pareja de ancianos abrazarse y besarse como unos homosexuales. Y perderse en las penumbras hasta el retorno de nuevo de las quinceañeras que tienen doble personalidad: allá en la ciudad, juiciosas y bien educadas. Y aquí, donde reina el polvo y hay que mantener las puertas de  las casas cerradas, muestran sus senos al aire.
Y se colocan el atuendo de las polleritas cortas que ya han seducido a más de uno, como al conductor del vehículo que lleva la sonrisa de aquel que no le importa entregarse a otra persona de su mismo sexo.
 
Si el escritor errante regresara por aquí, le pediría que cambiara  el relato de esta historia. Y me diera la libertad. Que se fuera la borrasca de polvo de bellavista. Y que se nos permitiera salir de estas casas. Que si yo mismo a través del viento no he aprendido a escribir, y he construido mal esta historia, usted mismo, amigo mío, enséñeme. 
Entonces tendría la facultad para cambiar la narración. Quitaría la tempestad de Bellavista. Y pavimentaría esa calle por donde antaño transitaba aquel bus escolar llevándose a las quinceañeras, rumbo a la ciudad. 
Por las que hoy—ahora que cumplo cincuenta años—la nostalgia es una enfermedad, porque no pude conocer a mis «noviecitas», de las polleritas cortas, en esa calle de mis amores.

Donde hoy las espero.







miércoles, 21 de enero de 2015

LAS MEMORIAS DE JUAN V

"Un privilegio saborear el Chicharrón del Altar de la fritanguera más famosa de Chambacú"
                                                Por Juan V Gutiérrez Magallanes
La mesa de fritos de Gregoria, era un altar en que se sincretizaban dioses, penates y divinidades de etnias llegadas al Puerto de Cartagena. 
Con manos de orfebre la mujer afiligranaba sobre la blanda masa figuras geométricas satisfaciendo el gusto de quienes llegaban a la mesa de Goya. 
En sus ágiles manos aparecían Carimañolas, dirigibles microscópicos de yuca aromatizados con el picado de carne ensalzada con tomate y cebolla, recuerdo que al degustarlas el silencio se rompía con aquel sonido suave y crocante. 
Las Empanadas de media circunferencia, doradas gracias al maíz de ancestros aborígenes, guardaban en su interior el secreto de viejas fritangueras. 
Las Arepas de Dulce, circunferencias de maíz de Cuba guardaban el anís y, el toque dulzón hacía agua en las papilas gustativas; los Chicharrones cortados en cuadritos semejaban un tablero de ajedrez, con sus fichas carnosas que atraían las miradas invitando a «la recreación gastronómica», era un privilegio saborear un Chicharrón del Altar de la fritanguera más famosa de Chambacú, ella guardaba con llave los secretos culinarios de sus ancestros. 
Oficiaba alrededor de la Empanada o Arepa de Huevo, una especie de culto, algunas veces a su mesa llegaban orantes explicando el simbolismo antropológico de las frituras, uno de ellos precisó es «la fusión de tres continentes, el huevo representa a Europa, el maíz a América y el toque de sandunga con aceite a África». 
Las Empanadas de Huevo, el manjar de los dioses, hacían placentera la vida. 
Gregoria preparaba el Pan Relleno, era medio pan de sal cubierto con un picado de cebolla, ají, tomate y una pizca de huevo batido, freídos en aceite quedaban crocantes y agradables a la voracidad de nuestros ojos. 
Bastaba con un pan relleno y un «raspado» de los almibarados del negro Higinio para gozar de un buen día. 
Por allá, por la calle zigzagueante, se regaba el olor de los Buñuelos de Frijolito, eran ovalados, de frijol y una cuantas pizcas de arroz colocados en el molino manipulado en las mañanas por Pelayo, la masa que salía era pastosa, y olía a semilla de vegetal, los Buñuelos competían con las Empanadas de Huevo, en la solicitud que hacían los chambaculeros de los manjares producidos en el Altar de Gregoria. 
Cuando ella dejó de oficiar en la mesa, su hija continuó la labor en aquel retablo, y era identificada por el sabor de sus Buñuelos, que llevaban cincelada la marca de la oficiante mayor: Doña Gregoria. 
En sus Patacones amarillos o verdes, figuras de forma romboide y aplanada, con ribetes festonados y superficie de pequeñas grietas, se apreciaba el punto de sal, preciso, el ideal para acompañarlo con la Kola Román del momento. 
Gregoria poseía un alto sentido de la sazón, cualidad que se apreciaba en la preparación de las Asaduras, vísceras de cerdo guisadas, con el olor de las viandas de las cocineras de la Cueva del Mercado del Getsemaní, ellas sazonaban la carne de monte y adobaban el bistec de cerdo ganándose en la región el calificativo de mejores en dicha preparación. 
Los fritos de Gregoria hacían detener al ciudadano en el puente, mientras las papilas de los chambaculeros se preparaban para la gran comelona.

LECTURAS MODERNAS