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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

viernes, 4 de septiembre de 2015

CONFESIÓN DE CIUDAD

¿Cartagena será lo máximo en la integralidad de su cuerpo?

Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Luego de ascender al Cerro de la Popa dejo  caer la vista, comprimo  y arrugo las hojas de mi conciencia al mirar el cuestionamiento que se lee en la prensa y  que está voceando el pregonero: «Cartagena de Indias, ha sido reducida a lo «Fantástico», es Quimérica, Fingida e Imaginada: No existe en la Realidad» 
 ¿Cómo puedo ser «lo máximo de ciudad» si soy un «Desorden» en el conjunto de hechos y elementos de buena Urbe? 
—Quédate inmóvil en la belleza de tu rostro—responde el «Encoñado» de risa permanente.  
¿Cómo me puedes llamar «lo máximo» si estoy en permanente «Ruido» por el pito de los carros y el estruendo de los vendedores de baratijas? 
 —No te inquietes, de rostro arrebol sigue depositando en el regazo el silencio de los  caracoles de la bahía. 
 ¿Cómo es eso de ser «lo máximo» si la «Contaminación» me cubre por todas partes? 
 —Quédate inerte en los laureles. Guarda los detritus plastificados en los cuerpos de agua, a las medusas y algas desnudas de crustáceos reemplazan. 
 ¿Cómo soy  «lo máximo» si llevo un dolor por la «Falta de Educación»? 
 —No te inmutes, continúa con tu risa. Baila y lanza un golpe al aire, juega con la risa, no necesitas herir las letras para que viertan sangre  y tapicen las voces de los ignorantes viviendo la jornada con monedas de sol. 
 ¿Cómo dices que soy «lo máximo» si la mayoría de nuestros jóvenes sufren a causa del «Desempleo»? 
 —No te preocupes mientras ellos bailan una Champeta… 
 ¿Cómo crees que puedo gozar por las flores colocadas sobre mi nombre, si llevo en el cuerpo  «Un Sistema Ineficiente de Salud»? 
 —Tranquila,  para qué interesarte por la salud si fácilmente se alegran con una palmadita sobre los hombros y un goce de champeta. 
Cómo piensas y escribes: «¡Cartagena, eres lo máximo!» , ¿Acaso no has visto lo difícil que es transitar por las calles a determinadas horas, y que los niños no pueden bañarse bajo la lluvia por el «Vandalismo»? 
—Observa las noches del Centro Amurallado y podrás notar la tranquilidad de los turistas, oirás el trote de  los caballos y el trino de los que le cantan a Cartagena ¿Has visto el trote en las calles de las profundidades  de la periferia? 
¿Será que tú  caminas con tranquilidad en medio del «Enjambre de Motos»? 
—Esta Cartagena mía y tuya, e insólita, donde se ha efectuado la construcción del Transporte, cuyo tiempo empleado para su funcionamiento sobrepasa al de «La Muralla China».  
¿Cómo se le puede ocurrir a  alguien  decir «eres lo máximo», sin caer en el sarcasmo cuando  a cada instante ves el Maltrato a los Caballos? 
—No camines con los ojos vendados, te puedes tropezar con la imagen famélica de un equino soportando  las libras de un sonrosado y rechoncho turista.  
Jamás puedo considerarme «lo máximo» si por mis brazos extendidos de ciudad mixta, merodea La Prostitución Infantil»,  por mayor eufemismo con que quieran mirarme no puedo aceptar el epíteto. 
 —No te atormentes, duerme tranquila, las plazas son suficientes para albergar los vuelos de mariposas en crisálidas de vida nocturna. 
¡Oye, Cartagena!: «tú eres lo máximo». ¿Será cierto cuando  las calles de los barrios de extramuros, invisibilisados, están cundidos por el Pandillismo producto de la desocupación y el desplazamiento de nuestros campos? 
—Vuelvo a repetirte: no te inmutes mientras te sigan mirando el bello rostro de española en  el Caribe. 
Nada me hará cambiar, seguiré cantándole a tu belleza enmarcada en la roca, piedra rechinante del baldón que hace estragos en las estructuras de tu cuerpo iguanado. Sí, esa «Constante Corrupción». Nada perturba tu sueño: «eres lo máximo», duerme en tus laureles y déjate acariciar por el rumor de las aguamalas fantasmagóricas. 
Son doce baldones que orlan el marco de la gran ciudad, de ésta y la otra.           
                LA  OTRA CARTAGENA 
Extraño mucho a la Otra Ciudad
Camino tocando y oliendo las piedras,
Me indican si ando en terrenos ajenos,
O en las intenciones del asechante
La otra ciudad traza caminos y pone límites
Límites quebrados por la lluvia y el fragor de los changones
La cita a una cena con Tánato y las plañideras golpeando la tierra
En medio de su llanto preguntan el por qué de la tragedia..
Ahora le tengo miedo a las calles de mi barrio, no me atrevo a mirar a través de las rendijas. 
Mis vecinos reprimen las palabras y  acortan los pasos para no pisar las rayas que marcan el límite de las miradas. Juan en su niñez jugó con las mismas bolitas de cristal de su amigo Antonio. 
Hoy, separados por líneas imaginarias, no pueden intercambiar las  canicas, juegan al trueno y recogen flores sembradas en el estiércol, para cubrir la tumba del que caiga en los juegos cruzados en el callejón de la Muerte.
Ahora Cartagena de Indias está nublada por las brumas de la inseguridad, los caminantes se miran a los rostros con el temor de ser fulminados por la luz de los ojos del que señala con el índice. 
La otra ciudad, está  abandonada, es móvil en la vorágine del buscavidas...
La otra ciudad de mecanos veloces, adueñados del grito y matadores del silencio transitan el imaginario acortando el tiempo de vida y apropiándose de la eternidad, las madres han salido para dibujar cruces en solicitud de esperanza -de vida- secaron sus ojos en los últimos encuentros de  tronantes adioses por quienes no debieron morir. 
La ciudad de casas coloniales y sectores privilegiados anda con pasos seguros y duerme protegida por cien ojos, muestra la risa comprada en los almacenes de marca pero refleja el pesar por la inseguridad. 
       
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor.        
Han muerto, lanzaron gritos de auxilio los niños escondidos en el nido de los abandonados, y continúa la procesión de púberes grávidas que permutan su virginidad por los denarios de Familias en Acción y dan a luz criaturas con el llanto de la desesperanza. 
Allá en el mundo de la Otra Cartagena, Tánato juega a la libertad con la participación de la invidencia de los que se adueñan de la matriz de la Urbe.
Bibliografía  
Se hace válido citar un fragmento del artículo de Alberto Abello Vives, «Entre Clichés» (El Universal, 29,  VIII, 2015). «Cartagena,  «la fantástica» sobresale por la irrealidad que sugiere, como la ciudad de un cuento de hadas. Esa Cartagena no es del todo creíble. Es la  mirada del compositor que la ve de lejos o del turista andino  que se descresta  durante los dos o tres días que la visita. Y tal vez es la mirada del cartagenero desde lo alto de una torre blanca de vidrios azules. Pero no es la percepción de quienes están en condiciones de pobreza, desempleo, informalidad  e inseguridad ni de quien es sometido al pésimo  sistema de transporte ni para quienes viven sin conocer  siguiera el centro histórico”. 
Cartagena de Indias, es una realidad, de mucho heroísmo, sobre  ella  caen baldones que quieren sucumbirla. Debemos insistir en crear el sentido de pertenencia, estar  atentos  para cumplirle a la ciudad, para  sacarla del sueño de la fantasía a la realidad de ciudad integral.     















DE LAS PALETAS  DE AURITA O CUBOS DE AMBROSÍA
¡Qué vaina, lo Único que Queda es la Nostalgia! 

Juan V Gutiérrez Magallanes
Luego de una larga jornada académica en el Liceo de Bolívar de la calle del Cuartel, los que vivíamos cerca a la calle Real del Espinal, buscábamos con angustia de sediento el néctar que brindaba aquella casa de dos pisos, de amarillo, con columnas de madera pintadas de verde, pigmento que armonizaba con el matiz del techo de truncada pirámide, donde el sol menguaba para  facilitar el fresco que recibíamos de los alares de aquella mansión, habitada por Aurita y su compañero Israel González (estos personajes, ahora cuando el tiempo me ha hecho observador, los comparo con la inolvidable Frida Kahlo y Diego Rivera). 
Guardábamos las monedas de a centavo, eludíamos muchas veces las chichas y las empanadas de «El Pimie», con el sólo propósito de alcanzar a comprar las paletas de Doña Aurita, que eran de diferentes sabores predominando las de «leche con pasas». 
A través de los almibarados cubos, deleitábamos la ambrosía de los israelitas en el desierto, ¡no nos cambiábamos por ninguno: éramos estudiantes del Gran Liceo de Bolívar,  y  empapábamos nuestras papilas con las Paletas de la calle Real del Espinal! 
Hoy, cuando en Cartagena se actúa bajo los parámetros de una Gentrificación Galopante, como observamos en San Diego y Getsemaní, a Torices lo están  dejando en el olvido, (en lo referente a la salubridad), porque los  nativos se verán precisados a salir de allí, y luego las águilas de cuello almidonado le caerán al noble barrio. 
Un análisis de la Gentrificación en Cartagena, además de plantearla Ladys Posso en su libro «La Casa Tomada», es un tema también abordado por Martín Caparrós*, periodista y escritor argentino  «… no conozco ningún ejemplo, en el mundo hispano, más claro de Gentrificación que Cartagena: cuando una ciudad—o una parte importante de una ciudad—deja de ser un espacio para que vivan personas y empieza a serlo para que las personas vayan a pasar unos días, a pasear, a consumir, digamos. Y en Cartagena, como suele pasar en estos casos, nadie lo discutió, nadie lo decidió, y dejan esas decisiones a fuerzas más directas; los dueños de las cosas, los empresarios, los famosos mercados». 
A El Palacio de las Paletas, le han decretado su muerte al colocarle grandes vallas para irlas derribando poco a poco para que la nostalgia no sea mayor, como ocurrió con la casa de Amaté, dónde se sublimaban los orgasmos en la esquina lateral, y que daba paso a la Placita de los Perros, donde se podía fijar la vista en la entrada al Castillo San Felipe. 
La calle Real del Espinal, está dejando de ser parte del barrio, ese que anidó los sueños de compañeros como Guerrero, Víctor Lozano (f), y Alberto Valencia (f). Porque los barrios dejan de serlo, cuando se silencian los pasos de quienes  contaron sus anécdotas o amarraron sus adioses a  una niña imaginada. 
       
Juan V Gutiérrez Magallanes
Diagonal a la casa de la niña Aurita, la de las paletas de ambrosía, está la familia Moreno, aprisionando los recuerdos y regalando la imagen de la calle, cuando entraba el tren en los talleres, pasaba por el Puente, dejando su zumbido de otros tiempos, para que hiciera parte de las canciones del  maestro Pianeta Pitalúa y los deletreos de Héctor Galván.  
*Martín Caparrós. La  belleza, sus riesgos. Revista Semana, Cartagena LA FANTÁSTICA.



LECTURAS MODERNAS