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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

lunes, 31 de marzo de 2014

Arte y alimentación

Las indias Boutique Gourmet: de la mano de Laureano Licona
EL CARBON: LA REVERENCIA DE NUESTROS ANCESTROS
                                                POR UN FUEGO PURIFICADOR

Por Gilberto García M
Se venía anunciando con antelación.
Laureano Licona,el  propietario 

Pero uno de los fascinados con la idea era Laureano Licona, joven publicista y propietario del restaurante Las Indias ubicado en pleno corazón de Getsemaní. Desde aquel día que descubrió que los alimentos son más "naturales" si se cuecen en carbón un impulso interior lo doblegó hasta el punto de que toda la vida en Cartagena de Indias girara en torno a la fundación de su restaurante pero con una característica muy singular: El Carbón como elemento primordial en la elaboración o cocción de los alimentos. 
Al hombre entonces le brillan los ojos cuando explica las bondades del carbón y las anécdotas que de una u otra forma guardan alguna relación con él. Fue tanto el despliegue de retórica aquella vez que cualquier obstáculo que pretendiera atravesársele en el camino, sufriría la humillación de la derrota. Aquel febril entusiasmo se concretó desde que a través de la Asociación de Escritores de la Costa, con una semana de antelación, se convocara a sus miembros a una cena especial en que todo girara hacia lo que hacía posible la misma: El bendito carbón. 
Así que esta tarde fueron llegando los protagonistas de la cena de uno en uno. La Plaza de la Trinidad a esa hora de la tarde era el refugio preferido para quienes luego de haber explorado los afanes de la vida, venían a solazarse aquí. Alguien tomaba una foto, el muchacho que vende minutos a celular bromeaba manifestando que su compañero de la esquina «es un rarra» pues casi siempre está comiendo. 
El cronista fue el primero en llegar. 
5:30 de la tarde y en la Plaza del Pozo la brisa levantaba la hojarasca hacia ninguna parte… 
­— ¿No han llegado los escritores?—interrogó el reportero al hombre que vigilaba los autos aparcados. 
—No, señor. Pero espérelos, no tardan—dijo el vigilante. 
Mientras esperaba, el cronista deslizó la vista por los alrededores. Getsemaní tiene la facultad de hacer sentir a quien viene a conocerlo, como si el tipo estuviera en familia. El viento seguía jugueteando, ahora alrededor de un monumento construido a punta de libros de la Bienal de Arte que se desarrolla en Cartagena. Desde la Plaza de la Trinidad llegaba el alboroto de algún muchacho que comenzaba a experimentar los efectos de la cerveza. 
Cuando ya el cronista comenzaba a desesperarse, se recortó contra la Plaza el Pozo, en la distancia, la figura de un hombre vestido de blanco. Era Jocé G Daniels, quien venía sin el entusiasmo de otros días. Luego de saludar el hombre reveló el motivo de su naufragio. 
«Es un fuerte dolor de cabeza», dijo, «Pero no hay de qué preocuparse, ya pasará…» 
Detrás de Joce Daniels, casi pisándole los talones, irrumpió de repente, como si saliera de la nada, su amigo de siempre Enrique Jatib. Ambos acompañados del periodista ocuparon la mesa del restaurante del lado con el semblante de quien en pleno desierto se tropieza con un oasis. Sólo que la voz fuerte de una mujer pequeña, la encargada del lugar, los devolvió a la realidad. 
—¿Qué desean tomar los caballeros?—dijo la mujer. 
—Danos tres jugos—manifestó Enrique Jatib entendiendo que la mujer lo había hecho porque en cualquier establecimiento te cobran la sentada. 
La conversación giró, mientras esperábamos a los demás miembros de la Asociación, y el reloj se acercaba al filo de las seis de la tarde, hacia los titulares de prensa en los medios nacionales: El caso Petro, la situación de María del Socorro Bustamante y su elección por las negritudes, temas de cultura, Venezuela con sus problemas agudizándose, y la suerte del avión desaparecido de Malasia, entre otros temas. 
Juan V Gutiérrez Magallanes, quien había venido acompañado de su esposa, apoyó la iniciativa de Laureano Licona, quien amablemente invitaba a los presentes a que pasáramos al interior de Las Indias y experimentáramos un reencuentro con el carbón, las brasas que de una  u otra forma marcaron nuestra existencia…

EL PASEO ALUCINANTE POR LAS ATMÓSFERAS DEL CARBÓN 
Escuchar a Laureano Licona es descubrir el asombro, la reverencia de nuestros ancestros por un fuego purificador, convocando a la familia, a los pueblos en torno a una actividad que la modernidad ha ido desplazando hacia otras formas de ritos pero sin la fecundidad del carbón de Dios, ese que surge de la leña y le da a los alimentos un tratamiento especial. Esa misma condición que se desborda en entusiasmo, en reverencia para un carbón salvador, el que nos muestra con precisión y sonrisa de chef profesional, el que debería estar dirigiendo una sección de «cocina al carbón» en algún programa de televisión, Laureano Licona. 
Y quienes asisten a la cofradía del carbón, jamás olvidarán la manera cómo el profesor Juan V Gutiérrez Magallanes hace referencia a él, con el texto que lee sobre los pregoneros que en algún lugar de Cartagena gritaban «el carboooón, el carboooón…» 
Pero mientras Laureano habla, invita al mismo tiempo a sus contertulios a que pasen a la cocina y vean el proceso y tratamiento que se le da a una «viuda de pescado». Sus empleados explican los derroteros que deben cumplir los distintos menús cuya gran peculiaridad consiste en que en Las Indias Boutique Gourmet sólo se cocine con carbón. Así que es un honor y privilegio cenar en este restaurante no sólo porque es el único en Cartagena en que se cocina con carbón sino que Laureano, el anfitrión, hace que el visitante se halle como en su propia casa.      

Ay, Venezuela

MUJERES EN SUS ZAPATOS
EL CASO VENEZOLANO
«TODA  FIERA TEME AL FUEGO Y NO EXISTE MEJOR FUEGO QUE DEFENDER LO QUE AMAS»
Por María Elena Aldana
Los efectos son devastadores, un país antes pujante, cuyas mujeres eran frecuentes ganadoras en concursos de belleza y posteriormente entregadas a colaborar con fundaciones de todo tipo, incitando la ayuda ante las carencias, un país de hombres luchadores, es ahora el marco de lo que significa el poder, cuando es el mal quien se apodera de todo. 
Y todo comenzó bajo la inconsciencia de un presunto líder, que supo cómo tocar en la llaga y el dolor de un pueblo, que ya venía en constantes sometimientos y abusos, como ocurre en toda América Latina, el poder y abundancia en exceso de unos pocos, siempre implicará el mal de muchos y a la larga el mal de todos. 
Lo supremamente inquietante, es que puede suceder en cualquier país, en cualquier parte del mundo y acentuadamente en nuestro continente, donde las luchas no son religiosas o en culto al petróleo y tantas mezquinas motivaciones más,  es demasiado complejo, demasiado simple: un reducido y corrupto grupo que se apropia a costa de lo que sea y aprovecha el culto a la ignorancia de la gran mayoría, que es la víctima de un organigrama al que no le interesa un sistema educativo y mucho menos de salud, pero hay otras voluntades en el juego, causalidades, donde un mal menor, se enfrenta al mayor pujando por su parte y quizá es lo que ha salvado por ahora a Colombia y  a otros cuantos, una guerra interna de codicia, puede ser a la larga un paliativo, uno entretenido en el otro, neutralizando algunas comilonas, el pueblo en el medio con sus grandes valores luchando, todos entretenidos en lo suyo y la balanza algo armoniosa en un resultado latente: un ligero equilibrio de fuerzas del mal con el bien, lo que a todos debe preocupar es continuar cuestionando sin que callen las voces, al arbitrio de alguno de esos poderes nefastos. 
He conocido gente buena incursionar donde más le resulta cómodo, de hecho en mi programa comunitario, iniciado en Chapacuá, gane muchos adeptos, más de quinientos, esa suma tienta a cualquier político, y logré ver el fondo, lo que significa unirte por ambición a incrementar el dolor de la mayoría y obviamente, continué de forma más modesta con mi trabajo habitual, eso sí con menos dinero, pero con algo más edificante: educar unos hijos que comparten con sus empleados los momentos de abundancia, aunque signifique ser menos dimensionales en riquezas, que nutren su mente para discernir mejor, todos necesitamos saber compartir y abstenernos de acumular excesos, hay muchas formas, en vez de vegetar en el hogar, impulsar a otros pequeños grupos, por eso me gusta facebook, porque comunica, porque todos cuestionan y algunas quejas calan y preocupan al grupo dominante, saben que estamos aquí, con nuestros pequeños logros y nuestros grandes ideales, lo que ignoran es del beneficio que todos tendremos, evitar que maten a la gallinita de los huevos de oro, qué haces con todo el dinero del mundo si careces de patria o la que tienes es el resultado de tu desidia, como sucede ahora en Venezuela, ya el daño está hecho y el abuso se tomó el poder, somos vecinos de un gobierno con la mente recreada en el mal, estamos expuestos y por ende debemos estar alertas. 
Aunque sea sólo anunciando nuestra incondicional presencia a otros depredadores, toda fiera teme al fuego y no existe mejor fuego que defender lo que amas.
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14 años de haberse publicado


LA OTRA CARA DE EVA
Por Gilberto García M
El libro de Gilberto García Mercado
Siempre me daba nervios el primer día de clases. A principios de febrero–cuando ya habíamos dejado atrás el bullicio de Año nuevo–una brisa veraniega soplaba untándonos el optimismo que ya empezábamos a perder tan sólo porque once días antes, la guerrilla masacrara monstruosamente a diez policías. 
Se decía entonces que en el colegio había guerrilleros. 
Pero mis nervios no era por lo que estuviera o no estuviera pasando en el país. Se trataba simplemente de que no me encontraba a gusto ante el nuevo espíritu de alegría que presentaba el colegio: las bromas entre los estudiantes nuevos, que pisaban por primera vez, el colegio. Los viejos, sonreíamos, felices… 
Yo no encajaba en ese ambiente tan solo por mi timidez que había llevado a María Rodríguez—una muchacha de quien vivía enamorado—a decirme, a mitad del año anterior: «¿Y tú estudias aquí?» «Primera vez que te veo». 
Yo vivía apertrechado en el salón de clases. Pero este año era distinto. Todo pintaba—aunque la única tragedia que ocurrió fue la de los policías—que, de aquí en adelante, todo iba a mejorar. El Presidente había dicho: «Esta es la última tragedia que toleramos». 
Yo la vi conversando con Luís Pinto. Después con Pablo Cañas. Y creo que desde entonces comencé a perder mi timidez. La veía en todas partes: En el salón de actos especiales, en los pasillos, en el salón de clases, en todo el colegio. Se fue metiendo en mi alma como una espinita que cada vez dolía más. 
Luís Pinto le dijo: «Mucho gusto». «Te presento a este muchacho». 
Ella me dijo que se llamaba Eva. Y a ella le brillaron los ojos al saber—por boca de Luís Pinto—que yo había sido el mejor alumno del salón. 
«Te felicito»—dijo—«Ojalá nos toque en el mismo salón». 
Su perfume de flores me hizo pensar en un jardín. Días después—cuando ya había pasado la tormenta del primer día de clases: La tormenta del amigo que se había trasladado a otro colegio, la tormenta de la quinceañera de quien no se había vuelto a saber nada, todo esto, recuerdos, y la tormenta de la morena que correspondía a una amplia sonrisa con una picardía que producía cosquillitas en el corazón—días después de conocer que Eva ocuparía el mismo salón de clases, comprendería que había vivido aislado toda mi vida. 
Yo me esforzaba estudiando. De no quedar mal ante los ojos de la muchacha. En verdad que, la elección como mejor alumno el año pasado, no era simplemente por calentar pupitre no más. Eva poseía una cabellera negra. Constantemente lucía el cabello suelto, y, algunas veces, iba adornado con una flor de monte, cuyo nombre yo ignoraba. Ostentaba un lunar negro en una de sus mejillas. Y poseía—yo más tarde comprendería por qué todos la buscaban—unos labios finos, rojos y seductores. 
Llegaba al colegio como una mariposa feliz, bebiéndose el néctar de la vida. Saltaba por aquí y por allá. Y de vez en cuando soltaba su risa explosiva. Era buena estudiante y se estableció entre los dos una competencia por saber quién izaría, en el Día de la Independencia, la bandera de la república. 
Mi mutismo fuera del salón de clases, fue perdiendo su cuerpo hasta convertirse en una sensación pasajera. Ver una cara fresca y juvenil como la de Eva, era iniciar una cacería en que la presa no era el leopardo, sino la timidez: Apenas ésta se sujetara, afloraría en el hombre la sonrisa franca, la impresión por el breve roce de unas manos entre él y una mujer, la picardía inocente por una morena que empieza oler a mujer. 
Eva—sereno de la mañana—se fue metiendo, poco a poco, en el corazón sensible de mis quince años. 
Recuerdo, como si fuera hoy, y en que pongo en tela de juicio a la muchacha, la primera vez en que fuimos los últimos en salir del salón de clases. 
Todo el alumnado del colegio estaba congregado en el paraninfo, donde la Institución, con gran ostentación, celebraba el Día del Idioma. 
El momento fue propicio. Alguien colocó—como bromeábamos los estudiantes—el bolso de Eva, encima de un estante alto. De pronto la joven gritó bestialidades, y, en un instante, me encontré encima de un pupitre de los que se usaban antaño. 
Cuando alcancé el bolso, por uno de esos resbalones que uno da en la vida, me encontré cara a cara, con Eva, hundiendo mis labios, en su boca fresca y apetitosa. 
Hoy no es quiera maldecir a la muchacha. Pero antes me pareció una muchacha sana, y que se reía explosivamente. Llegaba al salón y se paraba en frente de todos los estudiantes: «El 16 de julio es el Día de la Virgen». «Así que habrá rumba». Y después de estas frases todo el mundo apoyaba con las palmas ovacionando a la muchacha. 
Muchos días después de que sucediera lo del bolso, y besara los labios de la joven, no la vi más…Era como si me esquivara. La veía dinámica y fervorosa intentando ocupar uno de los puestos para izar la bandera nacional. Yo de cerca la veía sintiendo un sabor amargo en la voz. Era como si un pedazo de mi cuerpo lo hubieran cercenado, y me costara trabajo vivir sin él. Mi pensamiento viajaba con él. Y ese pedazo tenía nombre de mujer: Eva. Hoy cuando la tengo en tela de juicio, todavía no ha entrado por la amplia puerta del salón. Es como si estuviéramos—los demás alumnos y yo—en otra dimensión. Y de repente entrara Eva, expectante. Volátil. Flotando en el aire. Tan inalcanzable en el sueño que tuve con ella. Y que de ser realidad y no sueño, me permitirá saber —después de que llegue—la verdadera identidad de Eva. 
El reloj—cargado con la mole más grande del mundo, y que nunca deja de crecer: El tiempo—palpita lentamente como si de repente pudiera recibir un ataque al corazón. Todos esperamos—todos no porque el único que soñó con Eva fui yo—y me la imagino donde la vi anoche voluptuosa y sensual, hecha una máquina erótica, y moviéndose al son de la salsa, para después encerrarse con un negro recio. Y yo expectante, y yo sufriendo. Mientras imaginaba la cama al son del subiendo y bajando. Mientras la noche gritaba: «Déjenme dormir». Sólo yo espero, porque fui el único que soñó con Eva. Los demás sólo piensan en que las fiestas del pueblo están próximas. Y hay que hacer—y ya lo dijo la protagonista de mi sueño—fandango este año. 
El palito pequeño del reloj llegó a las dos. Y el grande a las doce. Son las dos de la tarde y el profesor no llega. Acostumbramos entrar a clases en el colegio a la una y media. 
Unas hojas han entrado por las ventanas abiertas del salón. Es primavera y conviene que el aula esté limpia y pulcra. Ramón se levanta y cierra las ventanas mientras hay voces bromistas que apoyan lo contrario. El tiempo se ha burlado de todo el mundo. Se ha entretenido hablando del tiempo perdido que se le escapó a la vuelta de la esquina: Es el hijo desobediente, y se ha sentado aquí en mitad de la aula—ya sin entretención sólo la que le ofrecemos los estudiantes—como un buda observando imperturbable cómo el reloj mata los minutos. Esta impaciencia por la demora de Eva, me tiene con sueño. No más soñarla anoche, me costó, hoy, la comezón de las uñas. Me tambaleo en el pupitre y el buda se burla. Si yo pudiera gritar y decirle a todos los estúpidos lo que no sé si sea realidad o ficción. Y encerrarme otra vez en mi mutismo, para volver a ser el de antes. Y no salir durante el resto del año, que apenas comienza, del salón de clases. 
El espectáculo ostentoso brilla con los bombillos encendidos y con las miles de lentejuelas de los vestidos en que la protagonista es Eva, es la actriz principal. Contonea su cuerpo al compás de la salsa. Se desnuda ante la euforia de la gente. Y luego sube a la alcoba con un negro recio donde me imagino—el sube y baja—de los cuerpos en la cama. Cuando anoche desperté, me encontré fuera de El Tamarindo. Sin un peso, con los papeles extraviados y con una borrachera, pero con la seguridad de haber visto a Eva (No fue un sueño). Bailando, bebiendo e imaginando el sube y baja y el baja y sube, con un negro recio. 
La borrachera no da para más. Por el establecimiento público se ha asomado—esbelta y más mujer—Eva, la muchacha de los ojos de miel. Trato de despejar la mente turbada por el licor, y decirle a Eva: «Oye cómo estás corazón». «Soy Armando». «Tu compañero de estudio». Trato de incorporarme desde donde busco mis documentos extraviados, pero me voy de bruces contra el suelo. Alcanzo a escuchar—antes de quedarme dormido—las palabras de la dulce Eva: «Que duerma en mi cama». «Es un buen muchacho». 
El salón ahora está expectante. Los demás porque quieren saber cuándo habrá rumba, (y eso lo sabe Eva). Y yo recordando mi estancia en el cuarto de Eva. Vi las mil sonrisas de sus fotografías en las paredes, y una fotografía de un joven parecido a mí. Por la tarde—no sé cómo—me levantaré de la cama de mi cuarto, me bañaré y me iré al colegio. Sin saber cómo diablos llegué a la pensión. Y con un suave sabor a menta, que no es la crema dental que uso. 
Con mil conjeturas que ponen en entre dicho a Eva. Porque si es así no quiero saber nada de Eva. Y aunque quiera o no el corazón, Eva es una prostituta. 
Alguien se ha asomado por la puerta del salón, y ha dicho: «Hoy no hay clases». «Asesinaron a una alumna en El Tamarindo». Y me acuerdo del negro recio que subió al cuarto la noche anterior. Y yo expectante. Y yo sufriendo, imaginando el sube y baja y el baja y sube. Y a Eva dándome palmaditas en el rostro, insistiendo que me fuera por la ventana de atrás, y que despertara, porque aquel negro recio estaba fuera de sí, borracho, y energúmeno por la coca.

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