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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

lunes, 11 de mayo de 2015

Jorge García Usta:
Un Alma de permanente recordación


Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Era un  hombre con una mente de tea encendida, con la lumbre tasada por un código genético reconocido por su inconsciente, lo cual lo llevaba a no aplazar actividades, siempre estaba gestando una acción en bien de la cultura. Me atrevo a decir de la presunción de su intimidad: tenía que hacer de los hechos la simultaneidad de la ocasión, en medio de esta Cartagena abúlica, momentánea y olvidadiza, era el maestro  encargado de subsanar las necesidades que adolecían a la ciudad. 
Él ignoraba que con su tesón de trabajo, estaba dejando una escuela de seres destinados a seguirlo. Con su desprendimiento, casi absoluto por el brillo de lo que se consumía y no culturizaba al hombre, siempre estaba dispuesto a trazar los primeros reconocimientos al hombre que siendo hacedor de cultura, la sociedad lo invisibilizaba. Jorge lo invitaba  y lo conducía  con su hacer de pedagogo  por origen y formación, al claustro de los hombres que se regocijaban en la alegría de la cultura. 
Jorge era muy bueno en la expresión del arte, tenía la facilidad de utilizar la simpleza, la sencillez y la humildad para engrandecer con las palabras y acciones los hechos del hombre de buen sendero, siempre estuvo presente en el estrado de la justicia  de los humildes en el elenco del teatro humano.  
Sus palabras caían con igual «magnitud», ya fuera para la fritanguera  de la plaza ornamentando sus fritos en bien de una cultura gastronómica o para el enclaustrado académico de  cantos perdidos. Allí estaba él  observando el tejido imbricado de los actos del hombre en el teatro de la vida. Dispuesto a tasar con las mejores  frases de esa prosa de diafanidad de linfa  y fuerza de sangre, con que sabía teñir las expresiones de afecto, para no dejar espacio a la duda en los hechos que contribuían a la cultura  del hombre Caribe. Sabía abrir caminos.  
García Usta, Poeta
La primera vez que lo vi fue sentado en una de las sillas de una de las aulas del Liceo de Bolívar de la Avenida Pedro de Heredia, allá por 1976, en la clase deshumanizada de Biología que se dictaba ajena a lo que se gestaba en su mente de adolescente, de grandes compromisos por los desfavorecidos de los elementos primarios de la vida; desde aquel momento, muy a pesar de haber sido expulsado con algunos compañeros y profesores que respondían con altivez  ante las  injusticias  de un Sistema.  
Continué mirando la trayectoria de Jorge, supe que era un descendiente de la familia Schortborgh, ilustres pedagogos bolivarenses que brindaron su hacer en el bien de la educación de niños y jóvenes. Seguí su proyección de «graficante de la palabra para el arte y por el arte». Jorge se embelesaba  con las crónicas del hombre del cieno profundo, con los cantares alegres de Estefanía Caicedo, tal vez en ella recordaba a la Celia de su amigo Héctor Rojas Herazo.  
Jorge García Usta, su vida, un libro de pocas páginas, donde escribió lo incontenible en el texto de la Eternidad: Un hombre para el Festival de Música del Caribe. Un hombre para el Festival de Cine. Un hombre para la poesía: Noticias desde otra Orilla. Un hombre junto a Salcedo, para: Diez Juglares en su patio. Un hombre para la prosa en tantos y tantos documentos. Un hombre para El Observatorio del Caribe, y un hombre para enrumbar la cultura  del Caribe por senderos de autenticidad, como se mostró en su afán y tesón por las manifestaciones de los Cabildos de Negros y otros festivales de Cartagena de Indias.  
Una paradoja triste nos brindó la vida, pero también podríamos pensar que la casualidad y el azar supieron detener las voces de  los pregoneros de prensa, para señalar la parálisis del escribidor. La Muerte lo encontró el día en que se callan los periódicos del Caribe colombiano: un 25 de diciembre. Los cantadores de números de azares,  los expectantes de tragedias, los buscadores de mejores augurios en el horóscopo, los cazadores de gazapos, los seleccionadores de los artículos de los magazines, donde escribía Jorge, quedamos esperando, aguardando una próxima edición. La prensa escrita se había detenido en la ingravidez de la lección escrita… 
Gutiérrez Magallanes, Escritor
Personalmente, después de haber sido su profesor por breve tiempo, fui su discípulo en un taller que realizaba los sábados a las tres dela tarde, siempre sus orientaciones eran en el mejor de los tonos, buscando engrandecer el trabajo  que allí se realizaba. Pude comprobar su desprendimiento por el apantallamiento  y la vanidosa aparición, a cada quien daba lo que merecía. Jorge es un alma de permanente recordación, quien tuvo mucho que ver en la formación cultural del hombre del Caribe.
 NIETO         

UN CUENTO DE ROBERTO MONTES MATHIEU*

Juan José Nieto, Presidente Confederación  Granadina
El muchacho de escasos veinte años, prognato, pelo duro, vestido con bluyín gastado de lo viejo, camisa de flores y tenis rotos, en uno se asomaba un dedo, entró al Palacio de la Inquisición y preguntó al vigilante por la oficina de la Academia de Historia. Subió al segundo piso y se anunció.
Detrás del escritorio el hombre de setenta años, blanco, orgulloso de su ascendencia francesa, guayabera azul marino, corbatín y pantalón gris, zapatos capricho, dejó el libro que leía y miró por encima de las gafas al recién llegado. Éste, sin hablar, sacó de la mochila wayú que colgaba de su hombro un folleto café oscuro, evidentemente viejo, comido por uno de los bordes por el comején, olor a guardado y se lo alargó. 
Se caló las gafas y recorrió sus páginas, escasas veinte páginas, sin pie de imprenta. Una edición doméstica, pensó. Pero el texto estaba completo: una obra de teatro escrita por Juan José Nieto. Volvió a mirarla por el principio, leyó en voz alta algunos parlamentos. Sin dar muestras de interés dijo que era un texto sin importancia y despectivamente lo dejó caer sobre el escritorio. 
—¿Sin importancia?—dijo el muchacho, que permanecía de pie frente el historiador. 
—Sí, ese nieto no era nadie. No es importante. 
—¿Usted cree? 
—Sí, lo creo. Mis conocimientos así lo señalan. 
Tomó nuevamente el folleto en sus manos y con un gesto en los labios hizo un comentario sobre algunas frases que leyó. Miró al muchacho y dijo: 
—$2000 es suficiente, al fin, es un folleto del siglo XIX, eso es lo único por lo que vale. 
—¿$2000?—El muchacho rió. También tenía gafas y se las cuadró—$2000. 
—Sí, ¿te parece gracioso? 
—¿No es importante Nieto? 
—Sí, así te lo dije. 
Sin que se lo pidiera se sentó en una de las sillas frente al escritorio. 
—Permítame que me siente porque puedo caerme y hacerme daño. 
—$3000 entonces y finiquitemos esto. Estoy siendo muy generoso. 
El muchacho lo miró, detallándolo. El historiador bajó los ojos y siguió escudriñando el folleto. 
—Mire, doctor. Yo sé quién fue Nieto. 
—¿Qué sabes?—dijo el historiador, sin sorpresa. 
—La casa que está aquí a la vuelta, al lado de la biblioteca, era de él. 
—¿Y qué? Eso no lo hace importante como para que tú quieras más plata por este folleto. Todos han tenido casas aquí, por eso construyeron la ciudad. 
El muchacho se rió nuevamente. Era una risa sin ganas, pura ironía para contrarrestar los embates del historiador. 
—Nieto no sólo tuvo esa casa. 
—Sí—reconoció el historiador—pudo tener otras. El Perro tiene varias casas de negocio de chance y locales y eso no le concede mayor importancia. ¿Tú pagarías por un libro escrito por él? 
Roberto Montes Mathieu, escritor
Otra vez rió el muchacho. El historiador hablaba sin que se le arrugara el rostro y mirando ocasionalmente al muchacho, parecía interesado en buscar algo en el libro que no soltaba. 
El muchacho se puso de pie, adoptó una pose solemne y dijo: 
—Vea doctor, Juan José Nieto escribió una geografía del distrito de Cartagena. La primera en su género. 
El historiador lo miró ahora con atención y dejó el folleto. 
—…y dos novelas y un relato que apareció por entregas en La Democracia, periódico que dirigía Rafael Núñez, sobre el año que estuvo preso en la prisión del castillo de Chagres, en Panamá. 
—¿Cuánto quieres por el folleto? 
          *Tomado de Magazín del Caribe. Bogotá, febrero de 2015 

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