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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

sábado, 5 de abril de 2014

Noticias desde la otra orilla

EL VIAJERO DEL TIEMPO
ENTRE EL ESCEPTICISMO DE JORGE GARCÍA USTA, Y EL PERIÓDICO DE CARTAGENA...
Por Alex Visor
Garcia Usta entrevistando a Gabo
Década de los noventa. 
Un año impreciso y una tarde imprecisa. En la atmósfera, sobre la ciudad mágica y señorial, se ha detenido—invisible para los ojos de los ciudadanos—la máquina del tiempo. 
Respiro la somnolencia de la ciudad, frente a un miedo inculcado por las huestes enemigas. 
Al bajar de la nave sacudo de los hombros, ese polvo cósmico del 2013. Año en que volverán a crucificar a Jesucristo. 
En otras vertientes, algunos le rendirán pleitesía y culto al diablo… 
Vengo compungido. 
Al ingresar en esta década lanzo golpes de ciego. 
Trato de desprender de la nave las rosas rebosantes de amor por el poeta. 
«Deseamos ser ramos. Obséquianos al poeta sinuano», me habían dicho, «No hay más lírica que ésta: que él nos inmortalice en sus poemas». 
Tras el vértigo del viaje, las flores del 2013 convertidas en un polvillo cósmico, se pierden en esta década de los noventa... Buscan al poeta sinuano para no abandonarlo jamás. Las comprendo y las animo. Si Jorge García Usta acepta, lo embarcaré en esta máquina del tiempo, a ver cómo le parece este 2013 en que él ya no está entre nosotros. 
Y se lo traeré a su esposa Rocío y a sus hijos, se los traeré. 
A estudiantes y profesores amigos de su Universidad. ¡Jorge, ¿por qué dejaste solo a J J Junieles, a Gustavo Tatis y a los miembros de la cuadra? 
¡Qué orgulloso te sentirías observando a tus discípulos bregar en el arte de hombres, solos, locos, y alucinados! 
Y se lo traeré a Víctor Nieto, a García Márquez. A Manuel Domingo Rojas. A Jorge Luís Garcés, se los traeré. 
A Manuel Lozano Pineda. Y a Héctor Rojas Herazo, habitante del país de los poetas no olvidados, también se los traeré. 
Aunque no sería primicia pues Héctor te organizó un comité de bienvenida con ángeles que cantaban tu poesía, Jorge… 
Una hojarasca tenue y fresca... 
Una tregua en la canícula de las dos de la tarde. Año impreciso tarde imprecisa. 
El Parque Fernández de Madrid, agoniza, en el instante en que el Reloj Público reclama el tiempo olvidado. 
La tortura se halla en el loco que balbucea frases ininteligibles; en el vendedor de agua de coco y, en el comentario de los pensionados mentándole la madre al Señor Presidente farfullero. 
— ¿Qué despejen El Caguán? El Mandatario actúa de buena fe... —manifiesta un longevo. 
— En campaña dicen una cosa, en cambio, ya elegidos, se muestran los colmillos—remata el otro. 
En algún lugar del Parque me encuentro yo. 
El año impreciso y la tarde imprecisa, me hallaron devaneándome el cerebro, pues como hay un nuevo diario en la ciudad no sé qué me va a preguntar Jorge García Usta: Aspiro a la vacante de cronista en SOLAR, el suplemento del nuevo diario, y cuento con el apoyo de mi amigo J J Junieles. El escritor de las tres Jota. Míster Jota… 
A finales de los ochenta, Jorge García me bajó de la nube en la que andaba volando alto. Y sin que renunciara a mis sueños de gloria, me dijo: 
—Primero asegúrate con el estómago. 
J J Junieles, su asistente personal, asestaría el golpe mortal pero delicioso: 
—Los escritores somos solitarios. Andamos constantemente entre cargamentos de libros. Si no fuéramos así, ¿cómo escribiríamos?—reiteró. 
Aquello me enseñó, paciencia y disciplina... 
Mi cuarto, repleto de cuentos y novelas, esperan turno a la buena de Dios. Y, ¿quién se arriesga publicarlos? El Parque Fernández de Madrid, con cierta envidia por la gorda Botero de la Plaza Santo Domingo, me despertó con el desparpajo producido por los relojes de la ciudad cuando se escucharon las dos de la tarde…

El periódico al igual que la mansión de estilo colonial respiraba la atmósfera que respiran dichos aposentos. 
Lo primero que me vino a la mente es que yo no estaba en un periódico. Estaba en cualquier sitio menos en un periódico. 
A medida que fui conociendo sus recintos aumentaban las dudas. No, aquello no podía ser un periódico pero lo era. 
Tiempo después el escritor J J Junieles no volvería a acompañarme, pues ya de sobra conocía yo la enorme mansión del matutino al que Jorge se entregó. 
Y con él, quienes escribíamos en El Periódico de Cartagena, hasta cuando el diario hizo agua a babor, naufragando, perdiendo la batalla pero nunca la guerra. 
Son recuerdos de albricias y camaraderías... 
Ahora, el polvillo cósmico—las flores—son sólo palabras. La recepcionista me pregunta, entre un halo de menta y confite: 
— ¿A quién busca usted, joven? 
Un temblor removiendo generaciones pasadas y futuras, recorre la médula espinal, ante un miedo de siglos, busco ayuda en J J Junieles. 
—Tengo cita con Míster Jota—digo. 
La recepcionista no adivina en mis ojos cósmicos el sufrimiento por la cultura. 
Me mira de arriba abajo y no alcanza a imaginar que yo sea un reportero en el tiempo… 
J J Junieles aparece en el vano de la puerta, intenta acomodar su cuerpo como queriendo decir que no le importa que lo haya desprendido, de súbito, de eso que amamos los escritores cuando reflexionamos sobre una crónica: Que nada desvié nuestra atención, que respeten nuestros espacios... 
Antes de conocer a Jorge García, situaba al poeta sinuano en un pedestal que aún conservo. 
Pero la admiración y respeto con que lo trataban en la ciudad, sembraba frente a mí, una gran muralla deseoso de rebasarla, pero terminaba mirando hacia atrás y, lógico, convertido en estatua de sal. 
Porque jamás observé, cuando me lo encontraba por la Plaza de Bolívar, que García Usta riera o sonriera o bromeara en compañía de un amigo. 
«Él no se equivocó al estudiar filosofía y letras», pensé. 
Y hasta lo asocié con aquellos personajes «que no comen cuento, y que tienen a su modo de ver tal interpretación del Universo, pero no le temen a Dios». 
Lo más conmovedor: verlo con un «raspao» degustando el paladar, en un clima tenaz. A grandes pasos, dejando atrás, el palito de caucho… 
—Sigue, Alex—saludó J J Junieles. —Jorge, está ocupado, ¿te sirvo café? 
Mientras me sentaba en el sofá, pensé en la enorme orfandad del J J Junieles del 2013. García Usta fue su Maestro. 
Miré a la recepcionista, tenía bonitas piernas. Quien la contrató, lo hizo preciso, como anillo al dedo. Debió sentir la mirada cósmica. Con lentitud se paró detrás del recibidor. Y acomodándose la ropa, dijo: 
—Esa crónica de los encapuchados del barrio Boston, me gustó, ¿cuántos fueron los muertos? 
No quise entrar en detalles. Un monólogo breve le insinuó que prefería observarla. Acariciarla, en algún cuento por descubrir, en algún rincón de la memoria… 
Apareció Jorge García. 
¡Carajo, parecía un animal de trabajo! 
Como esos que duermen en invierno... 
Pero ahora el poeta se quita las gafas, se frota los ojos, y a mi me da la impresión que no me conoce. 
—Soy Alex Visor—le digo—Unidos en el tiempo por el periodismo y la Literatura... (Bromas, risas...) 
Decirles que en la media hora que conversé, encontré a un aliado de la cultura sería matar este texto pues la ciudad conoce a García Usta como un apóstol de la cultura, un ermitaño. 
Si por él fuera, enojado, se hubiera quedado padeciendo la deliciosa soledad de su oficina… 
—Jorge, te vas a sorprender—le digo—Pero vengo del año 2013. Soy un reportero del tiempo… 
—Sí, ya veo—manifiesta el poeta—Es un buen Proyecto. Me gusta... 
Él cree que de aquí salga algo bueno, qué se yo, o que debo estar loco. Me sigue la corriente, las aguas no lo abruman… 
Te quedaste a medio camino poeta. Quizás para tu bien crezca tu obra consagrándose con la desaparición de tu cuerpo. Más sin embargo, tu espíritu y tu voz cobrarán fuerza. Todo lo que soñaste en vida, se materializará con tu muerte. 
Obsesionado por la poesía de Héctor Rojas Herazo y la prosa de García Márquez. 
Naciste para enarbolar la bandera de la cultura. Para hacer con ella el símbolo de la vida, de la ciudad endemoniada por los golpes del mar en el malecón, sin que nadie en cinco siglos haya podido aquietar el miedo. 
¡Cómo admiras a esos grandes escritores! 
—¿Qué futuro le deparas a Cartagena en la cultura cuando en el pasado aquí desarrolló su obra artística García Márquez, Rojas Herazo, el Tuerto López, Obregón, Germán Espinosa, etc.?—le pregunto. 
—Éxito total—me responde—Cada día son más los artistas que vienen a encontrar la vena de su lírica aquí. La ciudad siempre será una aliada, una cómplice de quien venga a producir aquí. 
Si la cambiáramos por Bogotá, seríamos bogotanos porque Cartagena es una. Dos, imposibles de existir… 
—Jorge —le digo—Cómo te quieren a ti. ¿Crees en la frase garcimarquiana «veo pasar mi propio entierro»?. 
En el 2005 todavía lloran tu muerte... 
«Sólo tiene cuarenta y cinco años, por Dios», expresó Gustavo Tatis tras tu deceso. 
—Tienes talento—me reitera un poco sarcástico y divertido—Pero asegúrate de tener el estómago lleno. 
El reportero del tiempo sonríe. 
La literatura es difícil. Míster Jota, quien ha sido Premio Nacional de Poesía y ha publicado una novela, sigue siendo un gran escritor pero tendrá que trabajar mucho para poder vivir del oficio. 
Y se murió Jorge García en la plenitud de su vida. 
Firme y decidido, su vida de poeta pasó como una exhalación. Por eso sonríe, piensa que el reportero del tiempo, no existe… 
—El año de donde vengo es de grandes eventos—manifiesto. — ¿Si lo deseas traeré textos nuevos con fechas de edición de 2013? 
Al instante entra J J Junieles extrañado. 
Le pregunto: 
— ¿Cómo va tu novela Hombres solo en la cola del cine, y canción…?
Míster Jota me mira con desparpajo. 
— ¿Cómo lo sabes?—me pregunta—Apenas es una idea sin apuntes ni detalles, no sé si algún día la vaya a escribir... 
El poeta sinuano me mira sorprendido. 
« ¿Los dos quieren tomarme del pelo?», pareciera pensar, «También díganme que García Márquez es eterno y, que en verdad yo moriré en el 2005». Ha dicho la última frase a la ligera. 
—Viaje conmigo al 2013 para que vea que no miento—le digo. 
La máquina comienza su cuenta regresiva. Mientras avanzo por la vieja casona colonial, observo a la recepcionista, no sabe que su propuesta de trabajo se perderá, por el naufragio del periódico… 
En cambio J J Junieles sonríe, pues en un futuro inmediato obtendrá premios y reconocimientos. Él no lo sabe pero es así. 
Jorge García se queda acompañado por un montón de ángeles.

En una mesa de la redacción, muchas rosas blancas parecen recién acabadas de cortar

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