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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

jueves, 25 de agosto de 2016

Narrativa De la Costa y Sus Autores

Lo Que Hice Con Mi Bate

Por Roberto Montes Mathieu 

Cuando agarré mi bate no me dirigí a un estadio, sino que hice algo más gratificante. Empecé golpeando todo lo que en la casa hace ruido: el perro, el gato, la vajilla china, el juego de copas que me había ganado en un concurso, el vidrio de la mesa, el lavaplatos de la cocina, los platos de colección…hasta que me fastidié golpeando solo cosas de mi propiedad. 
Salí a la calle y la primera cabeza que se asomó, la del niño de seis años del vecino, recibió mi batazo, sonó como un coco de agua que se rompe. 
El vidrio panorámico del carro que estaba estacionado al frente quedó hecho añicos con mi bate, así como las farolas y su lata. Como son de deleznables los materiales con que hacen hoy estos vehículos. 
Un burro, que inexplicablemente pastaba en el parque, recibió el impacto reiterado en las costillas hasta que lo hice rebuznar primero, caerse y cagarse después. En el piso lo rematé con sendos garrotazos en la cabeza. 
La gente se apercibió de lo que estaba pasando y temerosa se encerraron en sus casas con sus familias, animales y cosas. Debieron oír cómo a mi paso iba acabando con todo. 
Al ciego del acordeón, que canta por unas monedas, lo empujé porque me obstruía el paso, me dijo loco y ahí mismo le sembré el palo en la cabeza para que respetara. Al niño que lo acompaña, antes de que protestara, lo dejé tendido sobre el ciego con un solo golpe. 
Al mocoso que siempre pide plata en la esquina le bajé la mano de un golpe, creo que gritó, no le van a quedar más ganas de acercárseme. 
Las botellas de la tienda no dejé una buena, cómo me deleita dándole palo a todas. El dueño se enfureció y dijo que iba a llamar a la policía, pero no me importó, ahí mismo le clavé el bate furioso entre las cejas y lo dejé listo. No creo que le hayan quedado ganas de contrariarme. 
        
       Roberto Montes Mathieu, Escritor
Los estudiantes salían de la escuela cuando me vieron y echaron a correr, solo alcancé a tullir a tres niños, las peladas fueron más rápidas, aunque a una de ellas le hice mella en una nalga, vi cómo corría sobándosela con desespero. 
Cerca de doce perros dejé tendidos, no resisto que me ladren cuando estoy con mi bate. 
Al caer la tarde regresé a mi casa y de alguna parte alguien tuvo la desafortunada idea de lanzarme una pelota de spaldín  que golpeé duro, pero mi mujer cometió la imprudencia de asomar la cabeza en su rumbo.            

  Tomado de Magazín del Caribe Año XI No. 56 

lunes, 9 de noviembre de 2015

Leer a Edgar Allan Poe
El Diablo en el Campanario
               
Todo el mundo sabe, de una manera general, que el lugar más hermoso del mundo es -o era, ¡ay!- la villa holandesa de Vondervotteimittiss. Sin embargo, como queda a alguna distancia de cualquiera de los caminos principales, en una situación en cierto modo extraordinaria, quizá muy pocos de mis lectores la hayan visitado. Para estos últimos convendrá que sea algo prolijo al respecto. Y ello es en verdad tanto más necesario cuanto que si me propongo hacer aquí una historia de los calamitosos sucesos que han ocurrido recientemente dentro de sus límites, lo hago con la esperanza de atraer la simpatía pública en favor de sus habitantes. Ninguno de quienes me conocen dudará de que el deber que me impongo será cumplido en la medida de mis posibilidades, con toda esa rígida imparcialidad, ese cauto examen de los hechos y esa diligente cita de autoridades que deben distinguir siempre a quien aspira al título de historiador.

Gracias a la ayuda conjunta de medallas, manuscritos e inscripciones estoy capacitado para decir, positivamente, que la villa de Vondervotteimittiss ha existido, desde su origen, en la misma exacta condición que aún hoy conserva. De la fecha de su origen, sin embargo, me temo que sólo hablaré con esa especie de indefinida precisión que los matemáticos se ven a veces obligados a tolerar en ciertas fórmulas algebraicas. La fecha, puedo decirlo, teniendo en cuenta su remota antigüedad, no ha de ser menor que cualquier cantidad determinable. 
Con respecto a la etimología del nombre Vondervotteimittiss, me confieso, con pena, en la misma falta. Entre multitud de opiniones sobre este delicado punto -algunas agudas, algunas eruditas, algunas todo lo contrario- soy incapaz de elegir ninguna que pueda considerarse satisfactoria. Quizá la idea de Grogswigg -que casi coincide con la de Kroutaplenttey- deba ser prudentemente preferida. Es la siguiente: Vondervotteimittiss -Vonder, lege Donder- Votteimittiss, quasi und Bleitziz -Bleitziz obsol: pro Blitzen. Esta etimología, a decir verdad, se halla confirmada por algunas huellas de fluido eléctrico manifiestas en lo alto del campanario del edificio de la Municipalidad. No deseo, sin embargo, pronunciarme en tema de semejante importancia, y debo remitir al lector deseoso de información a las Oratiunculae de Rebus Praeter-Veteris, de Dundergutz. Véase también, Blunderbuzzard, De Derivationibus, págs. 27 a 5.010, in folio, edición gótica, caracteres rojos y blancos, con reclamos y sin iniciales, donde pueden consultarse también las notas marginales autógrafas de Stuffundpuff y los comentarios de Gruntundguzzell. 
No obstante la oscuridad que envuelve la fecha de la fundación de Vondervotteimittiss y la etimología de su nombre, no cabe duda, como dije antes, de que siempre existió como lo vemos actualmente. El hombre más viejo de la villa no recuerda la menor diferencia en el aspecto de cualquier parte de la misma, y, a decir verdad, la sola insinuación de semejante posibilidad es considerada un insulto. La aldea está situada en un valle perfectamente circular, de un cuarto de milla de circunferencia, aproximadamente, rodeado por encantadoras colinas cuyas cimas sus habitantes nunca osaron pasar. Lo justifican con la excelente razón de que no creen que haya absolutamente nada del otro lado. 
En torno a la orilla del valle (que es muy uniforme y pavimentado de baldosas chatas) se extiende una hilera continua de sesenta casitas. De espaldas a las colinas, miran, claro está, al centro de la llanura que queda justo a sesenta yardas de la puerta de cada una. Cada casa tiene un jardinillo delante, con un sendero circular, un cuadrante solar y veinticuatro repollos. Los edificios mismos son tan exactamente parecidos que es imposible distinguir uno de otro. A causa de su gran antigüedad el estilo arquitectónico es algo extraño, pero no por ello menos notablemente pintoresco. Están construidos con pequeños ladrillos endurecidos a fuego, rojos, con los extremos negros, de manera que las paredes semejan un tablero de ajedrez de gran tamaño. Los gabletes miran al frente y hay cornisas, tan grandes como todo el resto de la casa, sobre los aleros y las puertas principales. Las ventanas son estrechas y profundas, con vidrios muy pequeños y grandes marcos. Los tejados están cubiertos de abundantes tejas de grandes bordes acanalados. El maderaje es todo de color oscuro, muy tallado, pero pobre en la variedad del diseño, pues desde tiempo inmemorial los tallistas de Vondervotteimittiss sólo han sabido tallar dos objetos: el reloj y el repollo. Pero lo hacen admirablemente bien y los prodigan con singular ingenio allí donde encuentran espacio para la gubia. 
Las casas son tan semejantes por dentro como por fuera, y el moblaje responde a un solo modelo. Los pisos son de baldosas cuadradas, las sillas y mesas de madera negra con patas finas y retorcidas, adelgazadas en la punta. Las chimeneas son anchas y altas, y tienen no sólo relojes y repollos esculpidos en el frente, sino un verdadero reloj que hace un prodigioso tic-tac, en el centro de la repisa, y en cada extremo un florero con un repollo que sobresale a manera de batidor. Entre cada repollo y el reloj hay un hombrecillo de porcelana con una gran barriga, y en ella un agujero a través del cual se ve el cuadrante de un reloj. 
Los hogares son amplios y profundos, con morillos de aspecto retorcido y agresivo. Allí arde constantemente el fuego sobre el cual pende un enorme pote lleno de repollo agrio y carne de cerdo, que una buena mujer de la casa vigila continuamente. Es una anciana pequeña y gruesa, de ojos azules y cara roja, y usa un gran bonete como un terrón de azúcar, adornado de cintas purpúreas y amarillas. El vestido es de una basta mezcla de lana y algodón de color naranja, muy amplio por detrás y muy corto de talle, a decir verdad muy corto en otras partes, pues no baja de la mitad de la pierna. Las piernas son un poco gruesas, lo mismo que los tobillos, pero lleva un bonito par de calcetines verdes que se las cubren. Los zapatos, de cuero rosado, se atan con un lazo de cinta amarilla que se abre en forma de repollo. En la mano izquierda lleva un pequeño reloj holandés; en la derecha empuña un cucharón para el repollo agrio y el cerdo. Tiene a su lado un gordo gato mosqueado, con un reloj de juguete atado a la cola que «los muchachos» le han puesto por bromear. 
En cuanto a los muchachos, están los tres en el jardín cuidando el cerdo. Tienen cada uno dos pies de altura. Usan sombrero de tres puntas, chaleco color púrpura que les llega hasta los muslos, calzones de piel de ante, calcetines rojos de lana, pesados zapatos con hebilla de plata y largos levitones con grandes botones de nácar. Cada uno de ellos tiene, además, una pipa en la boca y en la mano derecha un pequeño reloj protuberante. Una bocanada de humo y un vistazo, un vistazo y una bocanada de humo. El cerdo, que es corpulento y perezoso, se ocupa ya de recoger las hojas que caen de los repollos, ya de dar una coz al reloj dorado que los pillos le han atado también a la cola para ponerle tan elegante como al gato.
Justo delante de la puerta de entrada, en un sillón de alto respaldo y asiento de cuero, con patas retorcidas de puntas finas como las mesas, está sentado el viejo dueño de la casa en persona. Es un anciano pequeño e hinchado, de grandes ojos redondos y doble papada enorme. Sus ropas se parecen a las de los muchachos, y no necesito decir nada más al respecto. Toda la diferencia reside en que su pipa es un poco más grande que la de aquéllos y puede aspirar una bocanada mayor. Como ellos, usa reloj, pero lo lleva en el bolsillo. A decir verdad, tiene que cuidar algo más importante que un reloj, y he de explicar ahora de qué se trata. Se sienta con la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, muestra un grave continente y mantiene, por lo menos, uno de sus ojos resueltamente clavado en cierto objeto notable que se halla en el centro de la llanura. 
Este objeto está situado en el campanario del edificio de la Municipalidad. Los miembros del Consejo Municipal son todos muy pequeños, redondos, grasos, inteligentes, con grandes ojos como platos y gordo doble mentón, y usan levitones mucho más largos y las hebillas de los zapatos mucho más grandes que los habitantes comunes de Vondervotteimittiss. Desde que vivo en la villa han tenido varias sesiones especiales y han adoptado estas tres importantes resoluciones:
«Que está mal cambiar la vieja y buena marcha de las cosas.»
«Que no hay nada tolerable fuera de Vondervotteimittiss», y 
«Que seremos fieles a nuestros relojes y a nuestros repollos.» 
Sobre la sala de sesiones del Consejo se encuentra la torre, y en la torre el campanario, donde existe y ha existido, desde tiempos inmemoriales, el orgullo y maravilla del pueblo: el gran reloj de la villa de Vondervotteimittiss. Y a este objeto se dirige la mirada de los viejos señores sentados en los sillones con asiento de cuero. 
El gran reloj tiene siete cuadrantes, uno a cada lado de la torre, de modo que se lo puede ver fácilmente desde todos los ángulos. Sus cuadrantes son grandes y blancos, las agujas pesadas y negras. Hay un campanero cuya única obligación es cuidarlo; pero esta obligación es la más perfecta de las sinecuras, pues jamás se ha sabido hasta hoy que el reloj de Vondervotteimittiss haya necesitado nada de él. Hasta hace poco tiempo, la simple suposición de semejante cosa era considerada herética. Desde el más remoto período de la antigüedad al cual hacen referencia los archivos, la gran campana ha dado regularmente la hora. Y a decir verdad, lo mismo ocurría con todos los otros relojes grandes y chicos de la villa. Nunca hubo otro lugar semejante para saber la hora exacta. Cuando el gran badajo consideraba oportuno decir: «¡Las doce!», todos sus obedientes seguidores abrían la boca simultáneamente y respondían como un verdadero eco. En una palabra: los buenos burgueses eran aficionados a su repollo agrio, pero estaban orgullosos de sus relojes.
Todas las gentes que poseen sinecuras son más o menos respetadas, y como el campanero de Vondervotteimittiss tiene la más perfecta de las sinecuras, es el más perfectamente respetado de todos los hombres del mundo. Es el principal dignatario de la villa, y los mismos cerdos lo miran con un sentimiento de reverencia. Los faldones de su levita son mucho más largos; su pipa, las hebillas de sus zapatos, sus ojos y su barriga, mucho más, grandes que los de cualquier otro señor del pueblo; y, en cuanto a su papada, no sólo es doble, sino triple. 
Acabo de pintar la feliz condición de Vondervotteimittiss. ¡Lástima que tan hermoso cuadro tuviera que sufrir un cambio!
Era un viejo dicho de los más prudentes habitantes que «nada bueno puede venir del otro lado de las colinas»; y en verdad parece que las palabras tuvieron algo de proféticas. Faltaban anteayer cinco minutos para mediodía cuando apareció un objeto de aspecto muy extraño en lo alto de la colina del este. Semejante suceso atrajo, por supuesto, la atención universal, y cada pequeño señor sentado en un sillón con asiento de cuero volvió uno de sus ojos con asombrada consternación hacia el fenómeno, mientras mantenía el otro en el reloj de la torre.
En el momento en que faltaban sólo tres minutos para mediodía se advirtió que el singular objeto en cuestión era un joven muy diminuto con aire de extranjero. Descendía las colinas a gran velocidad, de modo que todos tuvieron pronto oportunidad de mirarlo bien. Era en verdad el personaje más precioso y más pequeño que jamás se hubiera visto en Vondervotteimittiss. Su rostro mostraba un oscuro color tabaco y tenía una larga nariz ganchuda, ojos como guisantes, una gran boca y una excelente hilera de dientes que parecía deseoso de mostrar sonriendo de oreja a oreja. Entre los bigotes y las patillas no quedaba nada del resto de su cara por ver. Llevaba la cabeza descubierta y el pelo cuidadosamente rizado con papillotes. Constituía su traje una levita de faldones puntiagudos, de uno de cuyos bolsillos colgaba la larga punta de un pañuelo blanco, pantalones de casimir negro, medias negras y escarpines de punta mocha con grandes lazos de cinta de satén negra. Bajo un brazo llevaba un gran chapeau-de-bras y bajo el otro un violín casi cinco veces más grande que él. En la mano izquierda tenía una tabaquera de oro de la cual, mientras bajaba la colina haciendo cabriolas y toda clase de piruetas fantásticas, aspiraba incesantemente tabaco con el aire más satisfecho del mundo. ¡Santo Dios! ¡Qué espectáculo para los honestos burgueses de Vondervotteimittiss!
Hablando francamente el individuo tenía, a pesar de su sonrisa, un aire audaz y siniestro, y mientras corcoveaba derecho hacia la villa, el viejo aspecto de sus escarpines mochos despertó no pocas sospechas, y más de un burgués que lo miraba aquel día hubiera dado algo por atisbar debajo del pañuelo de algodón blanco que colgaba tan importunamente del bolsillo de su levita puntiaguda. Pero lo que provocaba justa indignación era que el picaro galancete, mientras daba aquí un paso de fandango, allí una vuelta, no parecía tener la más remota idea de eso que se llama guardar el compás.
Las buenas gentes del pueblo apenas habían tenido tiempo de abrir por completo los ojos cuando, faltando medio minuto para mediodía, el bribón se plantó de un salto en medio de ellos, hizo unchassez aquí, un balancez allá y luego, después de una pirouette y de un pas-de-zephyr, subió como en un vuelo hasta el campanario del edificio de la Municipalidad, donde el campanero, estupefacto, fumaba con expresión de dignidad y espanto. Pero el pequeño personaje lo tomó de inmediato por la nariz, lo sacudió y lo empujó, le encajó el gran chapeau-de-bras en la cabeza, se lo hundió hasta la boca y entonces, enarbolando el violín, lo golpeó tanto y con tanta fuerza que entre el campanero tan gordo y el violín tan hueco se hubiera jurado que había un regimiento de tambores redoblando la retreta del diablo en lo alto del campanario de la torre de Vondervotteimittiss.
No se sabe qué acto desesperado de venganza hubiera provocado en los habitantes este ataque sin conciencia, de no ser por el importante hecho de que entonces faltaba sólo medio segundo para mediodía. La campana estaba a punto de sonar y era una cuestión de absoluta y suprema necesidad que todos pudieran mirar bien sus relojes. Parecía evidente, sin embargo, que justo en ese momento el individuo de la torre estaba haciendo con el reloj algo que no le correspondía. Pero como empezaba a sonar, nadie tuvo tiempo de atender a sus maniobras, pues estaban todos entregados a contar las campanadas.
-¡Una! -dijo el reloj.
-¡Uuna! -repitió como un eco cada viejo y pequeño señor en cada sillón con asiento de cuero, en Vondervotteimittiss-. ¡Uuna! -dijo también su reloj-. ¡Una! -dijo también el reloj de su mujer-. ¡Uuna! -los relojes de los muchachos y los pequeños y dorados relojitos de juguete en las colas del gato y el cerdo.

-¡Dos! -continuó la gran campana.

 -¡Tos! -repitieron todos los relojes. 

-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -dijo la campana. 

-¡Dres! ¡Cuatro! ¡Cingo! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nuefe! ¡Tiez! -respondieron los otros.

 -¡Once! -dijo la grande.

 -¡Once! -asintieron las pequeñas.

 -¡Doce! -dijo la campana.

 -¡Toce! -replicaron todos, perfectamente satisfechos, y dejando caer la voz.

 -¡Y las toce son! -dijeron todos los viejos y pequeños señores, guardando sus relojes. Pero el gran reloj todavía no había terminado con ellos.

 -¡Trece! -dijo.

 -¡Der Teufel! -boquearon los viejos y pequeños hombrecitos empalideciendo, dejando caer la pipa y bajando todos la pierna derecha de la rodilla izquierda.

-¡Der Teufel! -gimieron-. ¡Drece! ¡Drece! ¡Mein Gott, son las drece! 

¿Para qué intentar la descripción de la terrible escena que siguió? Todo Vondervotteimittiss se sumió de inmediato en un lamentable estado de confusión. 

-¿Qué le pasa a mi fiendre? -gimieron todos los muchachos-. ¡Ya tebo esdar hambriento a esda hora! 

-¿Qué le pasa a mi rebollo? -chillaron todas las mujeres-. ¡Ya tebe esdar deshecho a esta hora! - 
¿Qué le pasa a mi biba? -juraron los viejos y pequeños señores-. ¡Druenos y cendellas! -y la llenaron de nuevo con rabia y, reclinándose en los sillones, aspiraron con tanta rapidez y tanta furia que el valle entero se llenó inmediatamente de un humo impenetrable. 
Entretanto los repollos se pusieron muy rojos y parecía como si el viejo Belcebú en persona se hubiese apoderado de todo lo que tuviera forma de reloj. Los relojes tallados en los muebles empezaron a bailar como embrujados, mientras los de las chimeneas apenas podían contenerse en su furia y se obstinaban en tal forma en dar las trece y en agitar y menear los péndulos, que eran realmente horribles de ver. 
Pero lo peor de todo es que ni los gatos ni los cerdos podían soportar más la conducta de los relojitos atados a sus colas, y lo demostraban disparando por todas partes, arañando y arremetiendo, gritando y chillando, aullando y berreando, arrojándose a las caras de las gentes, metiéndose debajo de las faldas y creando el más horrible estrépito y la más abominable confusión que una persona razonable pueda concebir.
Y el pequeño y desvergonzado bribón de la torre hacía evidentemente todo lo posible para tornar más afligentes las cosas. De vez en cuando podía vérselo a través del humo. Estaba sentado en el campanario sobre el campanero, que yacía tirado de espaldas. El bellaco sujetaba con los dientes la cuerda de la campana y la sacudía continuamente con la cabeza, provocando tal estrépito que me zumban los oídos de sólo pensarlo. Sobre su regazo descansaba el gran violín, y lo rascaba sin ritmo ni compás con las dos manos, haciendo una gran parodia, ¡el badulaque! de «Judy O’Flannagan and Paddy O’Rafferty».
Estando las cosas en esa lastimosa situación abandoné el lugar con disgusto, y ahora apelo a todos los amantes de la hora exacta y del buen repollo agrio. Marchemos en masa a la villa y restauremos el antiguo orden de cosas reinante en Vondervotteimittiss, expulsando de la torre al pequeño individuo. 

martes, 6 de octubre de 2015

Las Blanquizadas de Yepes 
PIMIENTA Y PICANTE EN LA POLÍTICA 

Por Rafael E Yepes Blanquicett

1. Tres razones por las cuales el líder de la oposición de derecha y sus fieles seguidores no quieren que se firme la paz y anhelan volver al poder:

1) No haber podido exterminar a las Farc.

2) No haber podido acabar con Fecode y

3) No haber podido permanecer en la Casa de Nariño por mucho tiempo más.

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2. Según noticias de prensa, y parodiando a Marx y a Engels, en su «Manifiesto Comunista», al parecer, un fantasma recorre las calles de «la Heroica», «la Fantástica» y «la Marginal», el fantasma de un enorme y temible felino, acompañado de un «turcu perru», que quieren devorarse a la ciudad. 
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3. Ante la avalancha de propuestas, la única sensata y verdaderamente aterrizada es la de Andrés, quien, además, continuará la obra de Dionisio Vélez, el único alcalde que en dos años y medio ha hecho mucho más que los otros que lo han antecedido, en cuatro años. 
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4. Un sector de la población colombiana, la que idolatra a Uribe dizque porque arrinconó a las Farc, le devolvió al país la seguridad y «llenó» los bolsillos de los pobres con los subsidios de «Familias en Acción», no quiere la paz sino que siga la guerra      
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5. En seis meses que faltan para finiquitar exitosamente el proceso de paz con las Farc, las fuerzas oscuras de la ultraderecha uribista, que no están de acuerdo con dicho proceso, muy seguramente harán hasta lo imposible por sabotearlo, tanto jurídicamente por parte del Inquisidor General Mayor, como por las "fuerzas de choque" que cometerán atentados para atribuírselos a las Farc o al Eln. El propósito será hacer que fracase para tener argumentos para volver al poder.  
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6. El Centro Democrático pertenece a ese grupo de partidos y movimientos políticos "personalísimos" que no son nada sin su líder y guía espiritual al que idolatran, ya que, sus fieles seguidores solo viven y respiran a través de él porque son incapaces de pensar por sí mismos y necesitan de su autoridad para sentirse seguros.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

¿DEMOCRACIA VS. DICTADURA?
Y LO AÑORAN POR SOBRE TODAS LAS COSAS
 Por Rafael E Yepes Blanquicett

Me he desilusionado tanto de la Democracia que se vive y se practica en Colombia, que no sé qué será mejor, si una dictadura militar o cívico-militar de derecha o de izquierda (al fin y al cabo da lo mismo, pues los extremos se tocan) o una democracia liberal, representativa, participativa, presidencial o presidencialista, como la de hoy. 
A veces pienso que a la mayoría de la gente le gusta que la guíen al no saber qué hacer con su libertad, o si tuviera miedo de ella, como lo afirma Erich Fromm en su libro «El miedo a la libertad», publicado en Estados Unidos en 1941. 
Es tal la incertidumbre, que muchas personas prefieren que les digan qué pensar y cómo actuar, anulando su capacidad para pensar, decidir y actuar por sí mismas.

Según Fromm, el miedo a la libertad se manifiesta en tres clases de comportamientos: El autoritarismo, el cual tiene un elemento sádico y otro masoquista, que hacen que una persona autoritaria desee controlar a los demás y, a su vez, someterse a una fuerza superior que puede ser otra persona o una idea abstracta; la destructividad, la cual consiste en el deseo de destruir todo lo que no se puede controlar, y el conformismo, comportamiento que se presenta cuando la gente incorpora inconscientemente creencias, normas y procesos de razonamiento de su sociedad, experimentándolas como si fueran propias, lo que no les permite pensar libres ni genuinos. 
Estos tres comportamientos íntimamente ligados y aunados entre sí, hacen de esta clase de personas caldo de cultivo propio para las dictaduras. 
Rafael E Yepes, Escritor
Y es increíble cómo mucha gente dice sentirse segura cuando encuentra a alguien que le indica el camino y le dice qué hacer obedeciéndole como mansas ovejas. 
Es la que he dado en llamar «la Generación de la Seguridad Democrática», producto de los ocho años en el poder del gobierno de «La mano firme y el corazón grande», que muchos colombianos conformistas, autoritarios y con espíritu destructivo añoran por sobre todas las cosas.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Brígida, la del Puente de Chambacú 
UNA LIBÉLULA CON RÍTMICOS MOVIMIENTOS 

 Juan V Gutiérrez Magallanes  
Era una mujer esbelta de piel de ébano suave y reluciente, su cuerpo estaba tallado en la figura de una guitarra mágica, sobre sus corvas  percusionaban  los cascabeles de oro que colgaban del borde de sus pollerines cuando  saltaba sobre los pequeños charcos de agua dejados por la subida de la marea. 
Su abundante y extensa cabellera golpeaba el quiebre de su talle y el promontorio sagrado de sus glúteos, redondos capiteles, en los que se iniciaban las contorneadas piernas de mujer ofrendada a los dioses. 
Tenía una voz cantarina que alegraba las tristeza del soñador de la  esquina, amargado y triste por los desaires de ella, su canto se dejaba acompañar por los silbidos profundos y sonoros del palenquero,  quien en años anteriores había sido llevado a Europa, por Delia Zapata, para silbar una sonata compuesta por el maestro Barros. 
Brígida era dulce en el trato y bondadosa en la sonrisa, que brindaba  con satisfacción agradecida por cómo era recibida su belleza. 
(Brígida, su nombre, había sido escogido en honor a Santa Brígida, la cual había sido casada a los dieciocho años, entre sus hijos tuvo a   Santa Catalina de Suecia. Al enviudar fundó  un monasterio). 
Brígida gozaba del influjo de  la musa Terpsícore, a través de sus acompasados pasos sabía combinar el baile clásico con la dancística de una cumbia, se convertía en una libélula de rítmicos movimientos, se enloquecía al escuchar los cantos de santería de la cubana Celina, parecía en aquellos momentos de su danzar poseída por  los dioses del Panteón Yoruba. Caminaba  respondiendo los adioses y saludos, algunas veces recibía los piropos de jóvenes que no le iban a causar ningún requiebro. La mujer era consciente de su belleza, pero con un pensamiento  de niña cándida jugando con las  margaritas, para preguntarles, «¿me quieren? , «¿no me quieren?». 
Brígida tuvo muchos pretendientes, pero sólo uno logró alcanzar sus amores, era un adolescente de porte gallardo y sueños tejidos con los denarios ganados con mucho esfuerzo por su padre, quien no escatimaba trabajo alguno, para satisfacer los gustos de su  pretencioso hijo. 
La boda se celebró más por la desesperación del mozalbete, quien anunciaba correría la suerte de Romeo, si no alcanzaba a fundir sus amores en el tálamo de su amada. Y todo fue flor de un día, porque, después del paso de la  «Luna de  Dulce Amargo Sabor», se rompieron los lazos del amor jurado. 
         
        Juan V Gutiérrez Magallanes
Brígida se transfiguró, cortó sus cabellos y dejó que sus senos y sus piernas alcanzaran  la flacidez de las frutas maduras, olvidó la danza y convirtió su canto en voces de Aleluyas, que sólo alegran a los espíritus que cobran diezmos y canjías por falsos milagros. 
Perdió el justo razonamiento de las cosas y dejó que sus neuronas  se nublaran para caminar por los senderos de la verdad. Ahora  transitaba  por estrechos vericuetos de una iglesia que la hacía caer en estupideces, y algunas veces olvidarse del instinto de conservación. 
Al  espíritu de Brígida lo ven en la bruma formada sobre las aguas de la Ciénaga del Cabrero-Chambacú, lo identifican por el chasquido de  los  barbudos sobre la superficie del agua, lo  comparan con los golpes de los cascabeles de oro que Brígida colgaba  en su pollerines.
           Cartagena, mayo 3 2015.

viernes, 4 de septiembre de 2015

CONFESIÓN DE CIUDAD

¿Cartagena será lo máximo en la integralidad de su cuerpo?

Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Luego de ascender al Cerro de la Popa dejo  caer la vista, comprimo  y arrugo las hojas de mi conciencia al mirar el cuestionamiento que se lee en la prensa y  que está voceando el pregonero: «Cartagena de Indias, ha sido reducida a lo «Fantástico», es Quimérica, Fingida e Imaginada: No existe en la Realidad» 
 ¿Cómo puedo ser «lo máximo de ciudad» si soy un «Desorden» en el conjunto de hechos y elementos de buena Urbe? 
—Quédate inmóvil en la belleza de tu rostro—responde el «Encoñado» de risa permanente.  
¿Cómo me puedes llamar «lo máximo» si estoy en permanente «Ruido» por el pito de los carros y el estruendo de los vendedores de baratijas? 
 —No te inquietes, de rostro arrebol sigue depositando en el regazo el silencio de los  caracoles de la bahía. 
 ¿Cómo es eso de ser «lo máximo» si la «Contaminación» me cubre por todas partes? 
 —Quédate inerte en los laureles. Guarda los detritus plastificados en los cuerpos de agua, a las medusas y algas desnudas de crustáceos reemplazan. 
 ¿Cómo soy  «lo máximo» si llevo un dolor por la «Falta de Educación»? 
 —No te inmutes, continúa con tu risa. Baila y lanza un golpe al aire, juega con la risa, no necesitas herir las letras para que viertan sangre  y tapicen las voces de los ignorantes viviendo la jornada con monedas de sol. 
 ¿Cómo dices que soy «lo máximo» si la mayoría de nuestros jóvenes sufren a causa del «Desempleo»? 
 —No te preocupes mientras ellos bailan una Champeta… 
 ¿Cómo crees que puedo gozar por las flores colocadas sobre mi nombre, si llevo en el cuerpo  «Un Sistema Ineficiente de Salud»? 
 —Tranquila,  para qué interesarte por la salud si fácilmente se alegran con una palmadita sobre los hombros y un goce de champeta. 
Cómo piensas y escribes: «¡Cartagena, eres lo máximo!» , ¿Acaso no has visto lo difícil que es transitar por las calles a determinadas horas, y que los niños no pueden bañarse bajo la lluvia por el «Vandalismo»? 
—Observa las noches del Centro Amurallado y podrás notar la tranquilidad de los turistas, oirás el trote de  los caballos y el trino de los que le cantan a Cartagena ¿Has visto el trote en las calles de las profundidades  de la periferia? 
¿Será que tú  caminas con tranquilidad en medio del «Enjambre de Motos»? 
—Esta Cartagena mía y tuya, e insólita, donde se ha efectuado la construcción del Transporte, cuyo tiempo empleado para su funcionamiento sobrepasa al de «La Muralla China».  
¿Cómo se le puede ocurrir a  alguien  decir «eres lo máximo», sin caer en el sarcasmo cuando  a cada instante ves el Maltrato a los Caballos? 
—No camines con los ojos vendados, te puedes tropezar con la imagen famélica de un equino soportando  las libras de un sonrosado y rechoncho turista.  
Jamás puedo considerarme «lo máximo» si por mis brazos extendidos de ciudad mixta, merodea La Prostitución Infantil»,  por mayor eufemismo con que quieran mirarme no puedo aceptar el epíteto. 
 —No te atormentes, duerme tranquila, las plazas son suficientes para albergar los vuelos de mariposas en crisálidas de vida nocturna. 
¡Oye, Cartagena!: «tú eres lo máximo». ¿Será cierto cuando  las calles de los barrios de extramuros, invisibilisados, están cundidos por el Pandillismo producto de la desocupación y el desplazamiento de nuestros campos? 
—Vuelvo a repetirte: no te inmutes mientras te sigan mirando el bello rostro de española en  el Caribe. 
Nada me hará cambiar, seguiré cantándole a tu belleza enmarcada en la roca, piedra rechinante del baldón que hace estragos en las estructuras de tu cuerpo iguanado. Sí, esa «Constante Corrupción». Nada perturba tu sueño: «eres lo máximo», duerme en tus laureles y déjate acariciar por el rumor de las aguamalas fantasmagóricas. 
Son doce baldones que orlan el marco de la gran ciudad, de ésta y la otra.           
                LA  OTRA CARTAGENA 
Extraño mucho a la Otra Ciudad
Camino tocando y oliendo las piedras,
Me indican si ando en terrenos ajenos,
O en las intenciones del asechante
La otra ciudad traza caminos y pone límites
Límites quebrados por la lluvia y el fragor de los changones
La cita a una cena con Tánato y las plañideras golpeando la tierra
En medio de su llanto preguntan el por qué de la tragedia..
Ahora le tengo miedo a las calles de mi barrio, no me atrevo a mirar a través de las rendijas. 
Mis vecinos reprimen las palabras y  acortan los pasos para no pisar las rayas que marcan el límite de las miradas. Juan en su niñez jugó con las mismas bolitas de cristal de su amigo Antonio. 
Hoy, separados por líneas imaginarias, no pueden intercambiar las  canicas, juegan al trueno y recogen flores sembradas en el estiércol, para cubrir la tumba del que caiga en los juegos cruzados en el callejón de la Muerte.
Ahora Cartagena de Indias está nublada por las brumas de la inseguridad, los caminantes se miran a los rostros con el temor de ser fulminados por la luz de los ojos del que señala con el índice. 
La otra ciudad, está  abandonada, es móvil en la vorágine del buscavidas...
La otra ciudad de mecanos veloces, adueñados del grito y matadores del silencio transitan el imaginario acortando el tiempo de vida y apropiándose de la eternidad, las madres han salido para dibujar cruces en solicitud de esperanza -de vida- secaron sus ojos en los últimos encuentros de  tronantes adioses por quienes no debieron morir. 
La ciudad de casas coloniales y sectores privilegiados anda con pasos seguros y duerme protegida por cien ojos, muestra la risa comprada en los almacenes de marca pero refleja el pesar por la inseguridad. 
       
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor.        
Han muerto, lanzaron gritos de auxilio los niños escondidos en el nido de los abandonados, y continúa la procesión de púberes grávidas que permutan su virginidad por los denarios de Familias en Acción y dan a luz criaturas con el llanto de la desesperanza. 
Allá en el mundo de la Otra Cartagena, Tánato juega a la libertad con la participación de la invidencia de los que se adueñan de la matriz de la Urbe.
Bibliografía  
Se hace válido citar un fragmento del artículo de Alberto Abello Vives, «Entre Clichés» (El Universal, 29,  VIII, 2015). «Cartagena,  «la fantástica» sobresale por la irrealidad que sugiere, como la ciudad de un cuento de hadas. Esa Cartagena no es del todo creíble. Es la  mirada del compositor que la ve de lejos o del turista andino  que se descresta  durante los dos o tres días que la visita. Y tal vez es la mirada del cartagenero desde lo alto de una torre blanca de vidrios azules. Pero no es la percepción de quienes están en condiciones de pobreza, desempleo, informalidad  e inseguridad ni de quien es sometido al pésimo  sistema de transporte ni para quienes viven sin conocer  siguiera el centro histórico”. 
Cartagena de Indias, es una realidad, de mucho heroísmo, sobre  ella  caen baldones que quieren sucumbirla. Debemos insistir en crear el sentido de pertenencia, estar  atentos  para cumplirle a la ciudad, para  sacarla del sueño de la fantasía a la realidad de ciudad integral.     















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