Lo Que Hice Con Mi Bate
Cuando agarré mi bate no me dirigí a un estadio, sino que hice algo más gratificante. Empecé golpeando todo lo que en la casa hace ruido: el perro, el gato, la vajilla china, el juego de copas que me había ganado en un concurso, el vidrio de la mesa, el lavaplatos de la cocina, los platos de colección…hasta que me fastidié golpeando solo cosas de mi propiedad.
Salí a la calle y la primera cabeza que se asomó, la del niño de seis años del vecino, recibió mi batazo, sonó como un coco de agua que se rompe.
El vidrio panorámico del carro que estaba estacionado al frente quedó hecho añicos con mi bate, así como las farolas y su lata. Como son de deleznables los materiales con que hacen hoy estos vehículos.
Un burro, que inexplicablemente pastaba en el parque, recibió el impacto reiterado en las costillas hasta que lo hice rebuznar primero, caerse y cagarse después. En el piso lo rematé con sendos garrotazos en la cabeza.
La gente se apercibió de lo que estaba pasando y temerosa se encerraron en sus casas con sus familias, animales y cosas. Debieron oír cómo a mi paso iba acabando con todo.
Al ciego del acordeón, que canta por unas monedas, lo empujé porque me obstruía el paso, me dijo loco y ahí mismo le sembré el palo en la cabeza para que respetara. Al niño que lo acompaña, antes de que protestara, lo dejé tendido sobre el ciego con un solo golpe.
Al mocoso que siempre pide plata en la esquina le bajé la mano de un golpe, creo que gritó, no le van a quedar más ganas de acercárseme.
Las botellas de la tienda no dejé una buena, cómo me deleita dándole palo a todas. El dueño se enfureció y dijo que iba a llamar a la policía, pero no me importó, ahí mismo le clavé el bate furioso entre las cejas y lo dejé listo. No creo que le hayan quedado ganas de contrariarme.
Roberto Montes Mathieu, Escritor |
Los estudiantes salían de la escuela cuando me vieron y echaron a correr, solo alcancé a tullir a tres niños, las peladas fueron más rápidas, aunque a una de ellas le hice mella en una nalga, vi cómo corría sobándosela con desespero.
Cerca de doce perros dejé tendidos, no resisto que me ladren cuando estoy con mi bate.
Al caer la tarde regresé a mi casa y de alguna parte alguien tuvo la desafortunada idea de lanzarme una pelota de spaldín que golpeé duro, pero mi mujer cometió la imprudencia de asomar la cabeza en su rumbo.
Tomado de Magazín del Caribe Año XI No. 56