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RINCÓN POLIGLOTA

Leer En Los Cavernicolas

sábado, 28 de marzo de 2015

LAS COSAS DEL DESTINO SON INCORRUPTIBLES
CANTOS Y TRISTEZAS DE UN  MARQUÉS

Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Fue en un 15 de febrero, en el que algunas veces se presagian los días de la Semana Santa en las regiones de presentes y pretéritos, fundamentados en la vida, pasión y muerte de Jesús,  y en el que se respira el olor de los dulces en una gastronomía de vecinos y familiares, aires y sabores, trayendo horas de amaneceres muertos... 
El Marqués de la Taruya, luego de alimentar a los siete perros mansos como a las gallinas de Tomasa, «la bonachona», y cantarle la última canción de José Benito Barros, al caimán de seis metros que sobrenada en la poza de su patio, acción para calmar la nostalgia del último saurio cruzado con babillas de la ciénaga Dulce. 
El Marqués pues llegó a  Servientrega y depositó la encomienda con los últimos capítulos de su novela «Los Cantos y Tristezas del Río Yuma» y al mismo tiempo una invitación al Parlamento de Escritores, esta última de importancia trascendental para aquel esperado encuentro de enebradores de la palabra, debía  llegar sin tardanza a su amigo Manzur, de Montería, un sobre verde bijao llevando el sello de la estirpe Chimila, con una frase aborigen que sólo el Marqués traducía. 
Las cosas del destino son incorruptibles y pueden demorar eternidades, siempre conservan la frescura de la noticia esperada, se acunan en el tiempo dejando entender que son conocedoras de su importancia, por eso deben ser esperadas con la paciencia y el sueño del hombre justo. 
La misiva enviada por el Marqués no llegó a su punto esperado, desvió la trayectoria y terminó en las manos del hombre más renombrado de la región del Casanare, no interesa ubicar el sitio preciso, aquel Señor de los Llanos era el Argos de los cien ojos, de las miles de manos que atendían sus órdenes, en él se recreaba la leyenda del primer hombre de Calcuta que arribó por aquellas tierras, daba una explicación con un sincretismo entre la vivencia de la Anaconda en el río Amazonas y la diosa Shiva de la India, lo que dio fundamento para llamar al hombre más poderoso del Llano «El Chiva», lo cual aceptaba con sabiduría campechana. 
Quedó pues asombrado al abrir el sobre, aquello no era lo esperado, pensó de inmediato en los engaños acostumbrados y reiterativos de su compadre, luego advirtió que aquello era una acusación seria sobre la tristeza del Río Yuma, lo cual, para él tenía gran significación, pues «El Chiva» había conocido a un cacique de nombre Yuma, que adquiría grandes poderes de las aguas del río que baja por las montañas de los Andes. Esos escritos debían guardar muchas advertencias para el futuro de las andanzas del hombre. Y si a él le llegaba aquello que no había solicitado…entonces, ¿debería de preocuparse? 
El Caimán Domesticado de El Marqués de la Taruya
Entre tanto el Marqués, enterado de que la carta había llegado a una dirección equivocada, fue a la oficina de correos para conocer la suerte que había corrido  la camisa blanca adornada con el símbolo que lo caracterizaba y botones de esmeralda de una de las minas de su amigo Carranza, el pantalón, era de lino blanco con pretina tejida con hilos de oro; muda de ropa que debía lucir su  compadre en el matrimonio de su hija Ariana del Carmen. 
Por otro lado, «El Chiva» daba órdenes para que le averiguaran la dirección del señor que había enviado el sobre de color bijao. 
Cien voces repitieron: «Marqués de la Taruya, Cartagena de Indias». 
Así que no esperó explicación alguna, ordenó preparar viaje para la ciudad soñada por los cuentos de su abuelo, quien había prestado el servicio militar en las Bóvedas de la Ciudad Heroica, y narraba cómo los negros bailaban en volteretas o hacían un redondel alrededor de tres hombres tocando diferentes instrumentos, entre ellos la flauta larga, parecida a una serpiente con silbido de pájaro encantando. 
Al llegar a la ciudad preguntó por las residencias de los diferentes marqueses de  Cartagena, llegaba y preguntaba por el Marqués De Valdehoyos y su pregunta quedaba en el silencio, igual pasó cuando llegó a preguntar por el Marqués del Premio Real, hasta cuando se acordó que debía preguntar por el Marqués de la Taruya, y fue cuando su pregunta tuvo una respuesta de algarabía, pues la había hecho con una bocina en el interior del «Café Juan Valdez» de la esquina de la calle de  San Agustín Chiquita con Universidad, de inmediato un escritor de barba tupida respondió: 
«Ese marquesado queda en la calle Jorge Isaacs, en Torices». 
Los Perros a la expectativa en el Marquesado
Estaba embravecido y secaba el sudor con una toalla verde, «emblemada»  con un toro blanco en el centro, la cargaba en el hombro derecho y hacía juego con el sombrero de mestizo llanero, lo acompañaban tres hombres que hacían las veces de guardaespaldas, abordaron el primer taxi que pasó y se dirigieron a la dirección del Marqués. 
El Chiva, con sus tres acompañantes, gritaron al unísono: «¡Marqués de la Taruya!», éste lanzó un grito de mohán perdido en medio de la noche y agregó: 
«Antes de recibirte quiero que escuches esto en el equipo de sonido: 
«El Vaquero va cantando una tonada /

y en la tarde va muriéndose de frío…/» 
No terminaba entonces una canción, cuando colocaba otra: 
«Mi vida está pendiente de una rosa /

porque es hermosa/

y aunque tenga espina…./» 
«Era la piragua de Guillermo Cubillo/

Era  la piragua de Guillermo Cubillo…/» 
Las Gallinas de Tomasa
Y así pasaron la noche escuchando y narrando la vida de José Benito Barros, quien en sus andanzas había estado en la Hacienda de «El Chiva». Continuaron entonces las canciones interminables del trovador banqueño y en el olvido el saber qué había pasado con la muda de ropa de botones de esmeralda e hilos de oro que inquietó al Marqués de la Taruya y desveló al poderoso y sempiterno «Chiva»

viernes, 27 de marzo de 2015

DE CONSEJOS Y LEGADOS 
A LAS NUEVAS GENERACIONES COMO UN ERIAL

Por Román Torres Redondo


A las nuevas generaciones por las que profeso el más grande afecto igual que a mis hijos, las amo con entrañable ternura. Al verlos en el esplendor de su juventud, los comparo como un árbol renovado de semillas prodigiosas recreando sin cesar la vida. 

Es preciso decirles hoy cuando los años han pasado, dejando en mí sus huellas, tratando de construir una sociedad más auténtica y con profundo contenido humano, sin desfallecer he estado buscando lo que más cerca ha estado de mí, pero que uno no advierte sino cuando el discernimiento nos muestra el verdadero sentido de la vida como un interrogante en el devenir que nos inquieta y nos cautiva. 

Sólo una vez experimentamos el placer de vivir y disfrutamos a plenitud la vida. 

Es nuestra existencia una metáfora en donde se conjuga la colosal y fascinante armonía cósmica y lo mutable de todo cuanto nos rodea, autoafirmándose a través de la universalidad de pensamiento y conciencia. 

El mejor legado de los ancianos: su sabiduría y consejo 
Queriendo traspasar el muro de la indiferencia, les hago llegar este mensaje con el firme propósito de plantar unas ideas, fruto del acervo inagotable de la cultura. Cantera sin límites que penetra en nuestro ser, nos libera y derriba caducos paradigmas que nos permiten elevarnos en el presente y prolongarnos en el porvenir. 

Con la facultad que tenemos los humanos de ser indestructibles en nuestros ideales. 

Como un manantial esta concepción de la vida cada vez me persuade de la necesidad de transformar muchos aspectos de la cultura vigente, estereotipos que han distorsionado a nuestra sociedad, siendo los más afectados las nuevas generaciones, con falsos valores que limitan sus potencialidades encasillando a las personas de manera banal en buenos y malos, fracasados y exitosos, ganadores y perdedores. 

Como un determinismo concebido a la medida de quienes se benefician propalando sofismas donde sólo tiene cabida la superficialidad, la competencia y el individualismo. 

Como un erial queriendo plantar estas ideas, a modo de aforismos con el fin de desbrozar el cúmulo de prejuicios imperantes debo decirles: 

Una firme y recia voluntad es la forma mágica para superar nuestros defectos y allanar las más duras dificultades. 

Nada meritorio nos será dado sin el merecimiento de haberlo esculpido con tenacidad. 

Los jóvenes heredan el legado de los ancianos
El trabajo edificante es la más importante conquista de la historia del ser humano por habernos humanizados. 

Sólo el esfuerzo dirigido y persistente nos brindará la satisfacción de lograr nuestros sueños. 

No permitas que los logros alcanzados te envanezcan, te hagan insensible y sentir superior a los demás. 

Vive la vida sosegadamente por más apremiante que sean las circunstancias. Siempre habrá una salida y encontrarás el camino. 

Escucha a los demás y de manera comprensiva dales una respuesta. 

Ten presente que lo que hoy es motivo de regocijo o amargura mañana sólo será un recuerdo. 

Aférrate con decisión lo que concibas como propósito de vida, sin apartarte del bien común. Como el más elevado fundamento propiciador de la paz y la armonía ciudadana. 

No hagas alarde de fuerza para que los demás te sigan, hazlo parte de tus ideales con el ejemplo y comparte los saberes como la más alta conquista fruto del esfuerzo conjunto de las generaciones pasadas y presentes. 

En medio de la disparidad de ideas sé cauto al recibirlas, no emitas juicio alguno sin haber esclarecido su contenido. 

No permitas que la pasión nuble tus acciones, sólo el sereno juicio te dará la claridad y la sabiduría para decidir acertádamente. 

Cultiva con noble inspiración un ideal. Llénate de entereza y valor para forjarlo sin desfallecer. 

Los valores comienzan desde casa...
Cuando la aridez te abrume virtuoso vuelve a renacer como el árbol que al crecer, revive su plumaje y agranda su corteza. 

Estas ideas para la vida son para guardarlas en nuestro corazón como semilla fecunda en fértil suelo, en la búsqueda incesante de la generosidad y el respeto a la dignidad humana. 

Como un mandato a tener en cuenta, mediante el cual construiremos la paz y la convivencia entre los seres humanos

domingo, 22 de marzo de 2015

Las Crónicas de Joce G Daniels G*
Totó, «La Mompoxina»


Fue casi a los veinte años de edad cuando tuve la grata felicidad y el enorme placer de escuchar por primera vez la vigorosa y vibrante voz de Totó, La Mompoxina, en un diciembre lleno de faroles, novenas, velitas cadenetas, chandé, cumbia y mapalé en la legendaria y mítica esquina de La Popi. 
A pesar de que ella nació muy cerca de la casa de Dona, mi mamá, en la Albarrada, jamás tuve el privilegio de escucharla en mi infancia añorada y remota, sino cuando ya ella andaba volando alto y llevaba sobre sus espaldas un vellocino de fama bien ganada y la gente de mi pueblo sólo le recriminaba que no se llamara «Totó, La Talaigüera». 
Fue su tío Edulfo Mancera, un diestro cazador de manatíes que los educaba bajo la férula del idioma en inglés, en el patio de la casa a la sombra fresca de los viejos árboles de mango, quien le endilgó desde muy niña el apodo de Totó, pero cuyo nombre sentado en la pila bautismal es Sonia Bazanta Vides. 
Hija mayor de Daniel Bazanta y de Libia Vides, una pareja de talaigüeros que en la década de los años cincuenta, en pleno auge de la violencia política, dejaron la lata y el canalete y una mañana se fueron en un buque de ruedas para Barrancabermeja, donde según contaba la gente en la calle emergía el petróleo como una bendición de Dios y la plata corría como el agua en caños y riachuelos. 
De  allí, llenos de calor se fueron para Villavicencio donde estuvieron cinco años y luego en uno de sus giros ilusorios que da la vida cayeron en las calles de la ciudad de Bogotá, que no sólo les abrió un océano de esperanzas y porvenir, sino que también les despertó las fibras dormidas de sus ancestros, de los cantos del río, del tambor y toda esa herencia cultural aprisionada desde hace muchos siglos en los recovecos del tiempo. 
Allí junto a sus padres, combinó durante mucho rato el oficio de zapatero con el de músicos ocasionales y con sus hermanos Aminta, Consuelo, Mimi y Daniel organizaron uno de los grupos de más fama en el contexto folclórico de la Bogotá de los años sesenta. Con el tiempo su casa fue conocida como el Consulado Musical del Caribe a donde arrimaban los artistas de esta parte del país que iban a presentarse a la Capital. 
«La Casa de Libia y Daniel era nuestro hogar en Bogotá», me dijo el maestro Alejo Durán, pocos días antes de morir. 
Cuentan quienes la conocieron niña y montaraz en las calles de Talaigua, antes del periplo de sus padres, que en tiempos de pascua se metía en el tumulto de personas adultas y de bebedores de ñeque para participar e improvisar en los tradicionales chandé. Fue allí, en medio del corazón y del cariño de la gente sencilla y amable, del calor de las titilantes espermas, de las notas del millo, la tambora, la gaita y el tambor en que recibió sus primeros aplausos que a la postre serían también sus primeros premios. 
Totó, que vivió en Talaigua en los años ochenta escarbando un poco la historia de sus ancestros, siempre ha sido mirada por muchos de sus paisanos, no como la consagrada y famosa cantante que con su galillo llenó de alegría y de emoción el palacio de la Cultura de Estocolmo y puso la piel de gallina de los reyes, sino como la hija de Ñañe Bazanta, que en las noches cuando suena el tam tam de los tambores y las notas agudas del millo de Víctor Julio, como muchas cantadoras de chandé también desnuda su cuerpo y su alma cantando la pascua bajo el palo de flemón en la esquina de la Popi. 
Sin lugar a dudas, el gran mérito de Totó, la cantadora de chandé, es que fue una de las primeras personas que se interesó y rescató el olvidado y vapuleado folclor del río y lo llevó a las más altas cúspides, marcando el paso de cada nota, abriendo trochas y tumbando barricadas, hasta modernizar el folclor y folclorizar lo moderno, pues hasta esos momentos las tradiciones populares se encontraban al borde de sucumbir por la arremetida de la música extranjera y naturalmente por el desinterés de las nuevas generaciones. 
Hoy esa música, cuya mayor influencia le viene del sincretismo indio-afro-europeo, tiene personalidad y partida de bautismo propia y tiene un sitial de honor gracias a los esfuerzos realizados por mujeres de la talla de Delia Zapata Olivella, Estefanía Caicedo, Ramona Ruiz, Benancia Barriosnuevos, Petrona Martínez y naturalmente Totó que con sus voces, cantos y movimientos han desplegado todo su ingenio para arrancar aplausos y elogios. 
Aunque acerca de Totó, La Mompoxina, se ha escrito mucho y se han llenado páginas y páginas de tinta, una nota más no le levantará un pelo de su frondosa cabellera, pero sí creo que es un deber mío responder a quienes me venían insinuando le escribiera una nota, pues no se justifica que habiendo nacidos ambos en la Albarrada del mismo pueblo, separadas nuestras casas por unos pocos metros de tierra llena de cagajones y de hierba y hubiésemos sentido a la misma hora el ruido ensordecedor de los hidroaviones, nos hubiéramos bañado en las olas de los buques de ruedas y hubiésemos escuchado el ronquido de los caimanes, no narrara algunos hechos de su infancia desconocidos para muchos, sobre la más importante cantadora de chandé que ha dado Colombia en el presente Siglo, cuyo único pecado y el que no le perdonan sus paisanos es que la primera vez que se presentó en el canal de Teletigre y demostró sus dones y virtudes para el canto no se hiciera llamar Totó, La Talaiguera. 
San Sebastián de Calamari.
*Presidente fundador de la Asociación de Escritores de la Costa. Organizador del Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. Este texto forma parte del Libro "Mi tiempo en El Tiempo Caribe", recopilación de crónicas de cuando El Marques de la Taruya escribía una columna semanal en el gran diario colombiano.

jueves, 19 de marzo de 2015

UN POETA FRÁGIL, LOCO Y OFENSIVO

CONVERSACIÓN POST MORTEM
CON RAÚL GÓMEZ JATTIN 
Por: Celso Emiro Montoya Palencia

No sé qué piensa Jattin de esta humilde persona, que lo único que ha hecho es leer sus poemas. Ojalá se filtre como agua por estas paredes y llene este vaso.  

—Me gusta lo del vaso de agua —ha respondido Jattin. 
¡Uf! Estás escuchando. Si es así, viértete en este vaso. Luego te beberé… ¡Vaya! Lo has hecho. Por fin te conozco. Eres cristalino. 
—Lo soy, porque lo dicen los tres amigos que dejé. 
¿Solo tres amigos te hacen famoso, o lo eres por mendigar y pasar días sentado en una banca del parque de San Diego? 
—¡Aunque no lo creas, se es famoso escribiendo poemas! Ahora paso sentado en las bancas del cementerio viendo entrar y salir a la gente. En vida fui uno de esos que condenaron por haber escrito poemas que hablaban de mi vida. En el Cielo y en el Infierno no me quieren por lo mismo. Desde entonces he quedado en el cementerio comiendo flores. En las noches me escapo y me voy a las calles de San Diego a recordarle a la gente que mis poemas son mi vida. 
Sé que en vida no tuviste buen perfil. Aún así, me habría gustado seguir tus pasos y ser tu amigo. Pues, ¿de qué me sirve conocer tus poemas si no conozco tu vida? 
—Mi vida ya la conoce todo mundo. No saben ellos que camino por los senderos del cementerio cantando mis poemas. Hay muertos que creen que soy loco, porque llevo en el hombro los mismos pesares que le robé a la muerte. 
(Bebo agua del vaso que ha permanecido en la mesa) 
Raúl Gomez Jattin
—No me bebas demasiado rápido. Deja un poco para luego. Esa agua que ahora bebes es rocío de las hojas de los árboles que rodean mi tumba. 
¿Hay algún secreto en ella? 
—La recogí en silencio. Si deseas conocer más, lee mis poemas, y sabrás que mi obra es todo sexo. Son palabras que se meten por donde la pasión se duerme hasta el otro día. Si una de ellas logra tocarte, tratarías de agarrarte a lo resbaladizo de mi cuerpo, como la lluvia que moja las hojas de los árboles. Quien lee mis poemas, se sacia con eso que me revuelve todas las noches.  
(Bebo nuevamente agua del mismo vaso) 
—¡Cómo te gustan los orines! 
¡No puede ser! ¡Maldita sea! ¡Dijiste que era rocío! ¡Eres perverso! 
—¡Fue lo que pude recoger entre los muertos que visité anoche! Eran dos muertos, tres cigarrillos y un algo de todo. En la mañana cuando regresé a la tumba, ya tenía dos poemas escritos. 
Aún después de muerto causas polémica. Lástima que no pudiste vivir unos años más. Cuando te conocí, descubrí que estabas prisionero en un rincón de tu propio ser. Si te asomabas para ver qué sucedía en el mundo, todos miraban al loco que ante ellos inventaba locuras. Nunca supieron que escribías tus angustias también en un sufrido papel. Esas voces se acostumbraron a tu boca. 
—Cuando fui devorado por las entrañas de la poesía, valoraron al loco. Porque yo, antes de ofender a las personas con palabras y gestos, hice algo mejor. Con cada uno de mis versos les expliqué mi adorada propensión por ellos.  
Sin embargo, cuando pasabas nadie te miraba. 
—No es así. Mientras yo les analizaba la espalda, todos me seguían con los pensamientos. 
¿Por qué te querrán más ahora que estás muerto? 
El poeta por las calles de Cartagena
—¡Eso me pregunto! ¿Será que mi poesía tiene algo especial? En vida pasaba cerca de la gente y le dejaba mi mal olor, pero esperaron que yo muriera para sentir mis sufrimientos. Ahora sí saben que siempre los amé, que mi poesía también es algo de ellos. Cuando lloran o ríen saben que ese soy yo. Soy en ellos esas manos callosas con las que les escribí una historia.  
Fue tu propia indolencia la que no te comprendió. Públicamente aceptabas que no valías la pena. Cuando te preguntaban si quien aparecía en tus poemas eras tú, lo aceptabas, no sé si emocionadamente. Ahora estás a expensas del criterio ajeno.  
—Aunque no hayan leído mis poemas ni los hayan defendido, a todos los adoro. Esa época me fue difícil. Tuve que soportar mis defectos uno a uno. 
Ellos con tu poesía te han hecho poeta. Y lo que más les gusta a la gente es que eres frágil, loco y ofensivo. 
—Cualidades que causan sufrimiento. Sufrimiento que en mí no cesa. De todas, la que más amé fue la fragilidad que tuve. Era la flecha en el arco que siempre apuntó a mi propia tortura. Habría sido trágico que la hubiese acertado. 
¿Trágico por qué? 
—¡Habría muerto el poeta y mis palabras se habrían extinguido en el silencio. Alguien dentro de mí erigía soliloquios. Un día la muerte se vino por uno de ellos, y me desquició.  Yo, ignorante, sólo inventaba poemas que se volvían en mi contra. 
Jamás esquivaste al poeta que a diario apuñaleaba tus carnes. Los poetas son horribles monstruos que en la soledad se acosan. Mira cuántos hay aquí, y pregúntales quién de ellos es tu amigo. Puedes comenzar por mí. Los poetas son para leerlos, pero no hagas caso a lo que hagan o digan.  
—El mío hizo de mí cabeza un nido… 
Un nido en tu propio árbol. Los años se llevaron tus hojas. Hubo un momento que ni el viento cantaba al pasar entre tu follaje. Hoy solo han quedado los ahorcados que penden de tus ramas, como frutos podridos en otoño. 
—¡Ahorcados! Esos son mis poemas. Los guindé el día que salí. Sus versos duros, nacidos de la desolación, amargos, pero soñadores, todavía crecen como hierba en el pavimento de las calles de San Diego. Por lo mismo, cada noche voy y los podo para que la gente no tropiece con ellos.  
Tus palabras me llenan de escalofrío. Mira cómo se ha puesto mi piel. Hoy te tengo en este auditorio como representación de la muerte, una nube que bebe agua de ese vaso. ¡Me asustas! 
—¿Cómo no vas a sentir miedo, si fuiste un testigo indolente en contra de mí? 
¿Quién, yo?  
—No comprendiste ni ayudaste a esta víctima. Eres cómplice de la perfidia y la ignorancia. Tácitamente aceptaste que este hombre no valía la pena. Cuando me llevaban a la cárcel solo me prodigabas el mal. Una vez preguntaron si yo en realidad era poeta, y me negaste airado. Qué fácil olvidas aquella época, cuando te pedí una moneda y estiraste la mano para darme cinco pesos…   
¡No tenía más! 
—¡Por lo mismo los arrojé a tu cabeza! 
Voy a la mesa, cojo el vaso y bebo agua. 
—¡No me sigas bebiendo!  
¡Tengo sed…! 
—Ahora te quieres hacer el Cristo. Eres capaz de decir también que me perdonas, porque no sé lo que hago. 
¿Por qué tienes que pelearte conmigo? ¿Qué dirá la gente, no de ti, sino de mí?  
—Sé que muchos de ellos son tus enemigos. Vives hoy lo que yo viví ayer.  
¿Qué tristeza mueve tus sentimientos, Jattin? 
Jattin, el poeta de la mirada perdida
 —Las cosas que he visto después de muerto. Me entristece el poeta que no siéndolo, se fuerza demasiado en lo que no puede. Yo reventé mi vida haciendo poemas. No conocí las Redes Sociales para hacerme famoso. Las flores las recibo en el cementerio, donde está el verdadero jardín de la fama. Déjame tranquilo en mi cementerio. Allí siento la oscuridad que mira por la hendija de la tumba. Desde allí canto a las personas que se aproximan. Solo soy un espectador más que arranca suspiros al suelo despiadado, que día a día me consume más y más. Aún mis miedos están vivos.
  




domingo, 15 de marzo de 2015

Las Crónicas de Joce G Daniels G*

«Si José Benito Barros Palomino hubiese…»

Sábado 29 de junio de 1996

El maestro José Barros Palomino, Compositor
«Si José Benito Barros Palomino hubiese nacido en alguna de las añosas y legendarias ciudades del viejo continente o en un castillo medieval de esos que se encuentran habitados por vampiros y duendes y no en la anfibia ciudad de El Banco, que cuando columbra el día es común encontrar en la arena caliente y en medio del rumor de cumbia una pila de borrachos que adormilados charlan amigablemente con una familia de tortugas celosas o con algún caimán taciturno de esos que de tiempo en tiempo se escapan furtivamente de las aguas de la ciénaga de Chimichagua, seguramente su nombre no sólo estaría entre los miembros de la sociedad de autores y compositores de Colombia», sino que «también estaría encabezando la larga e interminable lista de los más notables compositores europeos y su persona estaría gozando y transmitiendo en universidades y academias sus dones y las virtudes que le prodigó el Creador al dotarlo de una facundiosa e inagotable veta poética que brota cada vez que asoman por sus ventanas las musas quiméricas del estro de su entendimiento…», me dijo Armando Villegas, un ibérico nacido en El Peñón, que ha recorrido durante más de treinta años al derecho y al revés buscando la flor de sus sueños, desde el día en que en la balsa donde viajaba escuchó la canción: «La rosa mompoxina». 
Pero no. José Barros Palomino, el maestro, el hijo de Eustacia Palomino y José Benito Barros Traviseido, no nació ni en Europa y tampoco en el aristocrático y prepotente sector de la Candelaria, en Bogotá. 
El más ecuménico compositor colombiano para honra, gloria y pres nació el 15 de marzo de 1915 en el viejo puerto, en El Banco, una ciudad sin cédulas y sin pergaminos que apenas fue refundada por José Fernando de Mier y Guerra el 2 de febrero del año 1774, entre el Caripuaña (Magdalena), «río del país amigo», y el Opompotao (Cesar), «señor de todos los ríos», buscando de esa manera cerrarle el paso al fuerte contrabando que salía de Mompox a Puerto López, en el mismo peladero en que se le apareció la Virgen de las Candelas a Domingo Ortiz, y donde se asentó durante milenios la heroica y valiente nación de los Pocabuyes que asombraron a los españoles, no por su bravura, sino por las notas melodiosas que fluían de las cornamusas y flautas, que con el correr de los años harían de aquella bella población la ciudad imperio de la cumbia. 
Nadie se explica que un hombre con tanta gloria sobre sus espaldas y que le ha prodigado al país más grandeza y satisfacciones que todos los políticos congregados en el sanedrín de la corrupción, que ha compuesto más de ochocientas canciones, grabadas unas por orquestas famosas y otras por humildes agrupaciones, cuya pluma pergeño y pergeña con la facilidad  de los monstruos de la poesía las más agradables melodías y los más hermosos versos, que se ha paseado por el tango y la ranchera, el porro y el corrido, el vals y la tambora, el paseo y el merengue, la guaracha y el pasillo, y naturalmente la cumbia y la balada, se encuentre hoy tan sólo protegido por unas cuantas medallas y otros tantos pergaminos de esos que tienen nuestros ilustres burócratas por pilas en los cajones de sus escritorios, y que de seguro con el tiempo, la polilla y el comején serán implacables con ellos. 
Pero José Benito Barros Palomino seguirá siendo el mismo hombre humilde de cachucha gris azotada por el viento que en los atardeceres se sienta en su mariapalito a contemplar en lontananza cómo se aleja la piragua de Guillermo Cubillos desde la última escalinata del más feo muelle del mundo que construyó el Mono Olaya en tiempos en que viajaba en su buque de vapor, cazando manatiés y babillas inteligentes. 
José Barros seguirá escuchando los cantos del vaquero y el pum pum de las pilanderas, mientras desde el corcovado soplan tenues rachas de viento que traen el aroma fresco de las piñas silvestres y él con el corazón abierto como el ancho piélago, sentado en su mecedora con la humildad propia de los sabios, contestará los saludos cariñosos que le prodiga la gente, su gente, como el mejor premio y reconocimiento a su obra y a su vida diluida entre líneas del pentagrama, aunque se merezca un monumento y un premio por cada uno de los versos de sus canciones, así no haya nacido en el aristocrático sector de la Candelaria en Bogotá o en algún castillo medieval de duendes y vampiros de alguna de las añosas y legendarias ciudades del viejo continente.
           San Sebastián de Calamari
*Presidente fundador de la Asociación de Escritores de la Costa. Organizador del Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. Este texto forma parte del Libro "Mi tiempo en El Tiempo Caribe", recopilación de crónicas de cuando El Marques de la Taruya escribía una columna semanal en el gran diario colombiano.

sábado, 14 de marzo de 2015

Manuel Zapata Olivella: 
La Huella de Los Ancestros

Por Enrique Luis Muñoz Vélez*

Auténtico rastreador de caminos y andanzas musicales, Manuel Zapata Olivella escarbó infatigablemente en el acervo afro colombiano, buscando con olfato antropológico el ethos de lo que somos como pueblo y cultura. Abrió los ojos a la luz del saber para indagar sobre su pasado y la proyección de su estirpe esquilmada y negada por siglos para darle estatura a su presencia y linaje. 
Su aporte es denso y complejo por la hermosura y contundencia de su análisis y discurso, de manera preferente en el campo cultural donde la música oficia en voz alta. 
«El corazón y la sangre consumiéndose en la hoguera de la nostalgia», escribió para referirse al mundo costeño asentado en Bogotá en la década del 40 del Siglo XX, donde éramos vistos como una especie simiesca estridente y de vestir escandaloso. Cuando el porro, el fandango y la cumbia arrastraban el lastre descalificatorio de ser música de las negradas inferiores. 
Pues bien, la labor intelectual y divulgativa de Zapata Olivella le mostraba a los Andes que éramos diferentes desde la dimensión humana, con otra cosmovisión de mundo y de hacer música. 
Música caliente para que el organismo configure visualmente una estética placentera del cuerpo estremecido en la rítmica de la percusión. El disfrute gozoso de los sentidos en el despertar orgásmico de lo que el cuerpo posibilita como placer, bello y de honda hermosura en las caderas de hembras mulatas y negras que bailan la vida como respuesta a la voz del llamado ancestral. 
Insistió siempre en el componente étnico de la Nación lo que hoy, el antropólogo Mauricio Pardo, al mencionar a los afrodescendientes llama vector imprescindible en lo composicional del pueblo colombiano. 
Zapata Olivella dio a sus contribuciones antropológicas el valor del Caribe en su diversidad cultural, a través del mestizaje y dinámica social de enseñar y educar desde la diferencia étnica. Para mostrar con argumentos consistidos en la ciencia lo que somos, un vario pinto mundo donde la música permea una manera de ser en el universo costeño y en su pluralidad,  lo que hoy la física llama el multiverso. 
José Barros, Compositor de La Piragua
Con lenguaje maestro, Zapata Olivella describe el mundo costeño en la fría Bogotá de 1941 y 1942 en el trasplante festivo del 11 de noviembre y en las expresiones musicales danzarias del antiguo carnaval cartagenero, para alegrarle la vida de manera entusiasta a la colonia del Caribe colombiano. 
«Los cafés hervían de entusiasmo atestado por toda la colonia, que parecía haberse puesto cita, mientras que una corneta importada, solamente un cornetista samario, hacía retumbar los átomos con las notas calientes de porros y fandangos. En esas noches hubo de todo: hombres empiyamados, blancura y colores de arlequín, bongó, maracas, armónicas y la luz zigzagueante de un buscapiés extrañado de sí mismo, precedía a la murga desenfrenada  como un río, en el cauce silencioso de la carrera Séptima». 
Como era de esperarse—señala Zapata Olivella—el entusiasmo febriciente recibió una ducha de la sobria y nunca sonriente policía. Entonces sufrimos la trascendencia de nuestras fiestas y nuestra tierra. Era el alto precio de una sociedad incapaz de ver las diferencias étnicas y culturales, perdiéndose ella, por supuesto, de una invalorable riqueza de saberes ancestrales. 
Interesado en desmontar prejuicios étnicos culturales se dio a la tarea de hacer pedagogía con base en el folclor costeño y llevó muestras del saber ancestral musical danzario de nuestra región. Cabe destacar que, en el oficio divulgativo del saber costeño jugaron un importante papel Antolín Díaz y Gnecco Rangel para completar una trilogía de pensadores de nuestra arena del Caribe. 
Ellos sembraron el valor a la comprensión de ser vistos como los otros en la diversidad de la unidad Nacional. 
Dedicó espléndidas páginas a los orquestadores del Caribe, entre otros, a José Pianeta Pitalúa y sus logros fonográficos para la Casa RCA Víctor, a través de la Orquesta A No.1, donde quedó impresa la música del Bolívar Grande. 
Y se preguntaba, hasta cuándo iba a permanecer ignorado nuestro folclor musical que se extiende más allá del pentagrama—Señala—, esa música que es fiel espejo de nuestra alma, debe ser conocida por nuestras jóvenes y hermanas naciones. Compositores de la región Caribe como José Joaquín Marrugo Muñoz, Santos Pérez y Lucho Bermúdez (Apuntes de 1942) La referencia es a los músicos bolivarense. 
En clara referencia al porro dice: «Aún cuando los sociólogos quieran ignorarlo, el porro, como rasgo protuberante de la migración mulata hacia la capital, tiene una gran significación. 
Ha contribuido al enriquecimiento de nuestro folclor, amasándolo y dándole un contenido más unitario, nacional. También juega un gran papel en la afluencia de músicos, turistas ya en la movilización de no pocos capitales que aprovechan el esnobismo para transformar la melancolía indígena de esta señora de las brumas. 
Bogotá ha despertado al oír el tamborileo de los bongoes, el aullido de las maracas y el verso pícaro, desnudo de rubores, de la puya y el vallenato costeño. El Caribe deja escuchar sus cantares impregnado de algarabía africana en los picachos andinos». 
Zapata Olivella olisquea la necesidad de la articulación de la región Caribe en el mapa cultural de Colombia, además ya habla de vallenato para connotar la música del Magdalena Grande en la década de 1940. 
Equipado de un acopio documental como fuentes primarias y secundarias, trabajo de campo, fue reuniendo un material valioso hasta ir depurando con ojo crítico los aportes de África en suelo de Colombia. 
Lucho Bermúdez, Maestro de la Composicion
En él se dio una mirada estimativa y crítica de ver un contexto social e histórico más complejo, lo negro (la huella de la afrodescendencia convertida en resorte para estudiar de manera juiciosa, seria y reposada la influencia de aquella ancestralidad de saberes que impuso la trata esclavista en América). 
El africano fue dejando con su trabajo y la sangre de su maltrato la siembra de sus saberes múltiples de fino contenido estético. 
Apuntó de manera de lamento quejumbroso, casi un canto desgarrado de dolor profundo que en el Caribe colombiano han desaparecido el ojo de agua de tradiciones de hondo calado africano, que de haber sido estimulada hoy dieran mayor homogeneidad a este despertar de lo negro en términos de cultura. 
Menciona la pérdida de los bailes congos (parte de ellos se pueden apreciar de manera decantada en el Carnaval barranquillero) y los Cabildos de Negros y de Lengua de la Cartagena colonial que pervivieron en los albores del Siglo XX en la rancia ciudad asiento de la trata esclavista. 
Mira a los fandangos de la sabana como expresiones agónicas donde se diluye los cruces interétnicos donde lo negro fue un vivo capital cultural. 
Reconoce en el porro el matrimonio de las gaitas indígenas con los tambores africanos, trabazón sincrética de la manera cómo se fue configurando el complejo genérico del porro y la contribución de las bandas militares y las contradanzas europeas. 
Afirma el triunfo del porro en la fría Bogotá tras una larga lucha de negaciones y exclusiones y que le perdonen el sacrilegio de penetrar a una cultura fría que con la rítmica negra se va adentrando en Argentina y México, gracias a músicos como Cristóbal Barrios (El Negrito, cantante cartagenero), las barranquilleras: Carmencita Pernett, Estercita Forero, Luis Carlos Meyer, José Barros, Pacho Galán, Antonio María Peñaloza y Lucho Bermúdez. Entre el ardor africano, la gracia aborigen y los aportes de Europa, la música costeña dio la textura y el color para hablar de música colombiana en el mundo. 
El folclor costeño se sobrepone al desprecio andino, hoy puede decirse, sin equívoco alguno, que la música de Colombia trae en su barrunto lo negro e indiano del suelo caribeño. 
El aporte sustantivo en el inventario no puede dejar al margen los estudios folclóricos del antropólogo Manuel Zapata Olivella. 
Esther Forero, La Novia de Barranquilla
Y desde el Caribe colombiano se revitaliza el saber ancestral del Pacífico con propuestas musicales de extraordinaria belleza, elasticidad y plasticidad en sus bailes caliente, donde ya, unos músicos talentosos del interior del país exploran en el pasillo, bambucos y otras tonadas andinas la diversidad de la Nación, donde lo negro ha sido un vector configurante en la historia cultural de Colombia. 
La cultura del Caribe y en general la colombiana está en deuda con el antropólogo y escritor Manuel Zapata Olivella, en un país donde la flaca desmemoria es peste, volver a los trabajos de campo y escritos del ilustre pensador es de cierta manera, reconciliarnos con la vida alegre y académica, para el fortalecimiento de nuestras identidades étnicas y culturales para acercarnos de manera decidida y ejemplarizante con el mundo físico del multiverso.
Tomado de Magazin del Caribe. Año IX. No. 47. Noviembre-Diciembre de 2014. Bogotá Colombia
      

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